martes, 19 de noviembre de 2013

Duelo y melancolía (primera parte)

Freud comienza su ensayo dedicado a la melancolía con un estudio comparativo con el duelo, procediendo al modo en que años atrás, buscando esclarecer la esencia de la vida despierta había estudiado el sueño. También invoca las “múltiples analogías” entre sendos cuadros generales para justificar este método. Menciona que cuando se descubren las causas se encuentran coincidentes , pues:

"El duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc.”

Y las mismas influencias pueden provocar en algunas personas el cuadro melancólico. Otro comentario que suele recordarse hecho en este contexto es el de que pese a lo alejado de la normalidad que se encuentra el duelo, no obstante no debe tratarse como si fuese un estado patológico y antes bien esperar a que desaparezca por sí solo.

En cuanto al cuadro melancóloco, afirma:
“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo.”

Se encuentra en éste último punto un primer elemento de discernimiento entre duelo y melancolía, la presencia en la segunda (y ausencia en el primero) de la perturbación del Selbstgefühl (término traducido por Ballesteros por amor propio).

Luego lleva a cabo una “caracerización económica” del duelo:

“el examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no existe ya y demanda que la libido abandone todas sus ligaduras con el mismo. Contra esta demanda surge una oposición naturalísima, pues sabemos que el hombre no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aun cuando les haya encontrado ya una sustitución. Esta oposición puede ser tan intensa que surjan el apartamiento de la realidad y la conservación del objeto por medio de una psicosis desiderativa alucinatoria. Lo normal es que el respeto a la realidad obtenga la victoria. Pero su mandato no puede ser llevado a cabo inmediatamente, y sólo es realizado de un modo paulatino, con gran gasto de tiempo y de energía de carga, continuando mientras tanto la existencia psíquica del objeto perdido. Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un punto de enlace de la libido con el objeto es sucesivamente despertado y sobrecargado, realizándose en él la sustracción de la libido. (...) Al final de la labor del duelo vuelve a quedar el yo libre y exento de toda inhibición.”

Otro aspecto de diferenciación apuntado por Freud es el lugar de lo que se pierde en un caso y en el otro. A diferencia del duelo, en la melancolía es más difícil percibir qué es lo que el sujeto ha perdido realmente, incluso muchas veces que el melancólico sabe a quién ha perdido, no parece saber qué ha perdido con él.

Concluye pues que “de este modo nos veríamos impulsados a relacionar la melancolía con una pérdida de objeto sustraída a la conciencia, diferenciándose así del duelo, en el cual nada de lo que respecta a la pérdida es inconsciente.”
Prosigue luego describiendo el otro punto de oposición mencionado ya:
“En la melancolía es el yo lo que ofrece estos rasgos a la consideración del paciente. Este nos describe su yo como indigno de toda estimación, incapaz de rendimiento valioso alguno y moralmente condenable. Se dirige amargos reproches, se insulta y espera la repulsa y el castigo. Se humilla ante todos los demás y compadece a los suyos por hallarse ligados a una persona tan despreciable. No abriga idea ninguna de que haya tenido efecto en él una modificación, sino que extiende su crítica al pasado y afirma no haber sido nunca mejor. El cuadro de este delirio de empequeñecimiento (principalmente moral) se completa con insomnios, rechazo a alimentarse y un sojuzgamiento, muy singular desde el punto de vista psicológico, del instinto, que fuerza a todo lo animado a mantenerse en vida.”

Siguiendo otro principio metodológico (el tercero a esta altura: la consideración con lo anormal para estudiar lo normal, la hipótesis de una vida psíquica inconsciente) Freud sostiene que si el sujeto afirma todo eso, si sostiene todo ese “delirio de empequeñecimiento”, no es pertinente contradecirlo. Antes bien, interrogar los motivos que puede tener para estar tan convencido de ello. Lo cual no implica poner a prueba sus enunciados, pues su efectividad no es lo que está en cuestión. Muchas veces puede ser perfectamente cierto todo lo que dice de sí mismo, y la misma melancolía le ayuda a alcanzar dicha situación. De hecho,  cita a lrepecto a Hamlet quien afirma “Tratad a cada uno como se merece y, ¿quién escapa al látigo?”. 

De este modo, lo que se contrasta aquí no es la adecuación o no de los enunciados del sujeto, sino que la valoración de sí mismo que conllevan implican de por sí una perturbación.

Y aún hay más. Tampoco deja de llamar la atención que, aquejado supuestamente de tantos remordimientos, le melancólico se muestre tan ajeno al pudor, llegando a comunicar a quien esté disponible todos sus defectos. Freud propone la hipótesis (adicional) de que en ese rebajamiento el sujeto encuentra una satisfacción.

Luego de los planteos teóricos así esbozados en el post, Freud prosigue con un agregado que proviene de la experiencia clínica, y formula así:

“Si oímos pacientemente las múltiples autoacusaciones del melancólico, acabamos por experimentar la impresión de que las más violentas resultan con frecuencia muy poco adecuadas a la personalidad del sujeto y, en cambio, pueden adaptarse, con pequeñas modificaciones, a otra persona, a la que el enfermo ama, ha amado o debía amar. Siempre que investigamos estos casos queda confirmada tal hipótesis que nos da la clave del cuadro patológico, haciéndonos reconocer que los reproches con los que el enfermo se abruma corresponden en realidad a otra persona, a un objeto erótico, y han sido vueltos contra el propio yo. (…)Todo esto sólo es posible porque las reacciones de su conducta parten aún de la constelación anímica de la rebelión, convertida por cierto proceso en el opresivo estado de la melancolía.”

Estas consideraciones conducen a la conocida afirmación de la “identificación con el objeto amado”, que tiene lugar no sólo en la melancolía. El yo pierde pues recibe los reproches que tenían como destinatario al objeto, pero también porque sostiene los que provenía de él como remitente. La diferenciación en el interior del yo merced la identificación con el objeto lo expone, en este caso, a padecer tanto como el objeto las querellas que le estaban dirigidas, pero también las que el objeto le dirigía al yo.

Surge entonces el interrogante ¿Cómo se llega a este desenlace si se trataba, justamente, de un objeto amado? ¿El amor es acaso fuente de querellas y denigraciones y reproches semejantes? Pues bien, Freud concluye que sí, por su puesto. Pero agrega otro concepto para considerar este punto, el de ambivalencia:

“Las situaciones que dan lugar a la enfermedad en la melancolía van más allá del caso transparente de la pérdida por muerte del objeto amado, y comprenden todas aquellas situaciones de ofensa, postergación y desengaño, que pueden introducir, en la relación con el objeto, sentimientos opuestos de amor y odio o intensificar una ambivalencia preexistente. Este conflicto por ambivalencia, que se origina a veces más por experiencias reales y a veces más por factores constitucionales, ha de tenerse muy en cuenta entre las premisas de la melancolía. Cuando el amor al objeto, amor que ha de ser conservado, no obstante el abandono del objeto, llega a refugiarse en la identificación narcisista, recae el odio sobre este objeto sustitutivo, calumniándolo, humillándolo, haciéndole sufrir y encontrando en este sufrimiento una satisfacción sádica. El tormento, indudablemente placentero que el melancólico se inflige a sí mismo significa, análogamente, a los fenómenos correlativos de la neurosis obsesiva, la satisfacción de tendencias sádicas y de

odio 1409, orientadas hacia un objeto, pero retrotraídas al yo del propio sujeto en la forma como hemos venido tratando.”