En
la sección E del sexto capítulo de La interpretación de los
sueños de Sigmund Freud figura
la definición siguiente:
“Todo el pensamiento no es sino un rodeo desde el recuerdo de la satisfacción, tomado como representación final, hasta la carga idéntica del mismo recuerdo, que ha de ser alcanzado por el camino que pasa por los caminos que enlazan a las representaciones sin dejarse inducir a error por las intensidades de las mismas”[1].
En
ella se resume, de modo sintético, esa diferencia entre la identidad
de pensamiento y la de percepción, que remiten a los consabidos dos
'procesos' del aparato anímico, primario y secundario.
El
punto de partida está constituido por el supuesto del principio del placer, junto a la noción
fundamental de un Not des Lebens
(las condiciones ineludibles o
el apremio de la vida,
según el traductor) que cobra la forma de una exigencia interior,
sobre cuya base se postula lo que se conoce como 'vivencia de
satisfacción', Befriedigungserlebnisses.
Interviene
luego una mecánica simple: el aparato anímico es concebible al modo
del esquema del aparato reflejo, pues obedecía al sólo principio
del placer, descargarse de cualquier monto de energía. Las
condiciones ineludibles mencionadas lo vuelven ineficaz para servir a
dicho principio: el esquema reflejo resulta adecuado cuando el
estímulo es momentáneo, pero no si se desarrolla en forma continua,
manteniéndose la situación inmutable, siendo ella de naturaleza
displacentera.
El
cambio sólo es factible de ser introducido por la mencionada
vivencia de satisfacción, a saber, aquella en la que el estímulo
interno queda cancelado.
Pero
todo ello resulta en una determinada moción que es concebida como
consecuencia a partir de estos principios: el Wunscherfüllung
o cumplimiento de deseo.
Uno
de los conceptos biológicos que apoyan el esquema presente es el de
faciltación, tan presente en la psicología en la época de
elaboración de los conceptos presentados (recuérdese que Pavlov lo
toma como eje de su concepción de los estímulos condicionados). Y
resulta claro que conceptos de esta naturaleza tienen la función
precisamente de introducir en la ciencia aquella de las causas
aristotélicas que da a las cosas su final.
Se
produce, como resultado de la vivencia de satisfacción, entonces,
una huella mnémica de
la percepción a que la misma dió lugar; huella que se habrá de
enlazar a otra imagen mnémica, a saber, a la del proceso previo a
que había puesto fin, el desarrollo de displacer. Cada desarrollo
posterior de esta naturaleza estará marcado por tal enlace: se
procurará investir de nuevo la imagen mnémica propia de la vivencia
satisfaciente, o en otros términos, el aparato buscará la identidad
de percepción, la repetición
idéntica de la percepción satisfactoria[2].
Este
mecanismo está destinado −obviamente− al fracaso. Y ello por el
simple motivo de que la identidad perceptiva es evocada por el “corto
camino” del recuerdo. Como si recordar una vivencia satisfactoria
procurara el mismo placer que ella misma. Si fuera así, deduce
Freud, no habría pensamiento.
La
completa inadecuación de un aparato como este no puede resultar en
otra cosa que en una amarga experiencia. El recuerdo llamado para
cancelar ese desarrollo de displacer interno no consigue hacerlo pues
a diferencia de la experiencia postulada, en la cual eso se consigue,
no produce las alteraciones internas que darían lugar a ello. Es
necesario, pues, un rodeo. Y este rodeo consiste en investir la
imagen mnémica deseada, pero desde
el exterior, y ya no meramente desde su recuerdo. Es lo que se conoce
en la bibliografía psicoanalítica posterior a Freud de los primeros
tiempos como el “examen de realidad”.
Al
ser retomado, en el escrito, este tema, se hace referencia a “la
contraparte” de la vivencia mencionada, la de terror frente a
algo exterior. En ella, que implica el supuesto de algún
estímulo displacentero han de producirse desordenadas
exteriorizaciones motoras (presumiblemente de acuerdo al movimiento
de descarga de excitación), y una de ellas, felizmente, apartará al
aparato de la fuente de excitación penosa. Cada vez que en lo
sucesivo el displacer vuelva a producirse, el aparato repetirá
enseguida ese movimiento, hasta que desaparezca. Divergen, pues,
ambas “vivencias” en el modo en que la huella mnémica que allí
tuvo lugar será recordada: en el segundo caso ya no se buscará
“reinvestirla” en el recuerdo sino a abandonarla toda vez que se
la evoque. Es este intento de huída el primer modelo de la
represión psíquica.
Nuevamente,
dice Freud que no podría haber pensamiento si, librado al principio
del placer, al aparato no le resultara posible incluir su trama algo
por el hecho de evocar lo desagradable del recuerdo. Debe, concluye,
haber un modo en que el segundo sistema se las arregle para investir
el recuerdo sin que se desprenda el displacer. Y éste es cierta
inhibición al drenaje. Destaca entonces que lo que lo que se sustrae
a tal inhibición no podrá entrar en la trama del pensamiento del
segundo sistema, pero que “un comienzo” de desarrollo de
displacer puede servir a los fines de indicarle qué tipo de recuerdo
es.
Ahora
se comprende la cita inicial. Es el pensamiento regido por la
búsqueda de la identidad de la vivencia supuesta en primer término,
pero no ya perceptiva sino de pensamiento. No se debe
inducir a error por las intensidades de las representaciones. No es
que el extravío no se produzca, pero lo que se postula es que corre
por cuenta del proceso primario, no del secundario. Es aquél el que
no distingue entre lo alucinatorio y lo real. Mientras que uno
resulta de la vivencia satisfactoria en sí, en función del
principio de placer, el otro −vivencia displaciente mediante−
transcurre entre la desemejanza entre la investidura-deseo (o
sea de la huella de tal vivencia) y la investidura-percepción
(la que es actual), y su límite es la identidad de ambas.
_____________
[1]
El subrayado no es de Freud, pero encontramos allí nuevamente las
Zielvorstellung, de las que ya hemos hablado. La traducción de
Etcheverry (la presente es la de Lopez Ballesteros) es
representación-meta.
[2]
Tal vez se prefiera lacita textual: “repetir aquella percepción
que está enlazada co nla satisfacción de necesidad”.
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