VI
El
sexto apartado retoma uno de los supuestos precedentes a fin de
ponerlo a prueba de nuevo, luego de ser formulada la interrogación
respecto de qué es lo que la copulación, en tanto meta de una las
las clases de pulsiones, repite[1].
La
premisa a retomar es la de que todo ser vivo tiene que morir por
causas internas, supuesto que resulta concebible, incluso, como un
consuelo. Es habitual (Freud mismo lo hace en otros lugares)
considerar la creencia en la vida después de la muerte como tal,
pero en este caso menciona que la muerte resulta preferible si es una
ley natural inexorable, 'Αναγηκη, a que si es una contingencia
evitable; y hasta podría ser que la creencia en la «legalidad
interna del morir» sea una ilusión para soportar mejor las «penas
de la existencia»[2].
Freud
se refiere a los trabajos de Weismann Über die Dauer des Lebens
(Sobre la duración de la vida) de
1882, Über
leben und Tod (Sobre
la vida y la muerte) de 1884 y
Das Keimplasma (El
plasma germinal) de 1892; donde
Freud encontró la teoría del apartado anterior de la diferenciación
de la sustancia viva en una parte mortal (el soma) y otra inmortal in
potentia (las células
germinales) a la que, dice, había llegado por caminos diferentes, no
considerando la sustancia viva sino las fuerzas que afincan en ella.
Sin
embargo, la opinión de Weismann sobre la muerte es distinta, pues
ella vale sólo, según él, para organismos pluricelulares, no los
unicelulares, de modo que la misma no sería una propiedad universal
de la vida sino adquirida, incluso adaptativa: adecuada a fines.
Mientras tanto, la reproducción si parece una propiedad inherente a
ella, primodial. Freud hace notar que el punto de vista que vé en la
muerte una consecuencia directa de la reproducción es tributaria de
Goette, de Über den Ursprung des Todes
(Sobre el origen de la muerte).
Para Hartmann, por ejemplo, la muerte coincide con la reproducción.
Y se citan algunas investigaciones de laboratorio, unas que
condujeron a afirmar la inmortalidad de los protistas, otras a que
mueren tanto como los animales superiores, tras una fase de
envejecimiento. Como intento de conciliar los hechos mencionados en
las respectivas investigaciones se afirma que el cambio en el medio
donde habitaban los pequeños organismos (como ocurría en las
investigaciones de Woodruff) tendría un efecto similar al de la
reproducción y que a falta de tal habría llegado a los mismos
resultados que las investigaciones que resultaron divergentes en ese
punto. Se infiere entonces que ese efecto responde a la incidencia de
los productos del metabolismo propio, mientras que los de otra
especie inciden en cambio rejuveneciendo esos pequeños seres
animados.
Llegado
a este punto Freud se detiene a pensar si resulta o no atinado buscar
la respuesta a su pregunta mediante el estudio de los protistas. De
hecho, incluso si la muerte resultada, como lo opinaba Weismann, una
adquisición tardía, eso no cancelaría la hipótesis de que no ya
la muerte, pero sí al menos las fuerzas a ella tendientes pudieran
incluirse entre las que tienen lugar en la vida
de estos microorganismos. Además no sólo la biología se dedicado
al estudio de este problema, sino también los filósofos, entre los
que se cuenta a Schopenhauer (Se menciona en una nota del editor la
Especulacióntrascendente sobre la aparente intencionalidad en el destino delindividuo de
Parerga yParaliponema)
quien concibió la muerte como el «genuino resultado» de la vida.
Freud
prosigue con una recapitulación de su teoría de la libido. Al
inicio se había postulado la oposición entre dos clases de
pulsiones, las sexuales y las yoicas de autoconservación. El hecho
de haber extendido el concepto de las primeras de ellas más allá de
la estricta función de reproducción, recuerda, había despertado
gran escándalo en la sociedad. Luego se reparó en la regularidad
con que el yo quitaba
del objeto la libido para dirigirla a sí (la introvesión). También
se tuvo en cuenta el estudio del desarrollo de libidinal infantil y
se llegó a concebir al yo como “el reservorio genuino y originario
de la libido”[3]. El yo era entonces un objeto sexual “el más
encumbrado de ellos” y la libido que permanecía en el yo (en lugar
de investir un objeto) se denominó narcisista.
Así, la libido narcisista representaba la exteriorización de
pulsiones sexuales, pero también a las de autoconservación. Y sin
embargo, nada había que objetar a la vieja fórmula según la cual
“la psiconeurosis consiste en un conflicto entre pulsiones yoicas
y pulsiones sexuales” [4]. Faltaba definir dicha diferencia en base
a una tópica.
Se
plantea el problema de que si las pulsiones de autoconservación son
de naturaleza libidinal, luego no parece que pueda hablarse de
pulsiones yoicas en algún otro sentido. Y aduce Freud que, ante “la
oscuridad” de la cuestión, no parece bueno desechar las
ocurrencias que prometieran esclarecimiento. Se había tomado en
cuenta la oposición entre las pulsiones de vida y las de muerte,
pero el amor de objeto enseña otra oposición: la que media entre
amor y odio. Pero ¿deriva la pulsión sádica del Eros o acaso se
trata de una pulsión de muerte que unicamente sale a la luz y puede
vislumbrarse cuando el Eros la dirige al objeto? De ser así (como en
el último caso), el masoquismo, que había sido concebido como una
reversión contra la persona propia del sadismo, se lo hace
ahora como una vuelta regresiva, lo que conlleva implícito el
supuesto de un masoquismo primario.
Pero
como el interrogante inicial, referido a qué repite la pulsión
sexual, o como dice más tarde, al origen de las mismas, entonces
cita Freud la teoría que Aristófanes, en el diálogo platónico El banquete,
profiere respecto del amor. Se advierte nuevamente al lector,
excusando recurrir a una mito antes que −como venía haciendo− a
las teorías biológicas. Pero se destaca un elemento que le interesa
de esa argumentación: en ella, la pulsión se deriva “de la
necesidad de restablecer un estado anterior”[5]. Resumiendo, pues
el lector seguramente querrá seguir el link que conduce a la obra de
Platón, para Aristófanes hubo, en el origen, tres clases de
hombres, uno de los cuales (del que sólo queda el nombre) se
componía de una mitad hombre y otra mujer. Pero Zeus los seccionó y
en adelante las mitades buscaron reunirse en la primitiva esfera.
Llegado a este punto, Freud
hace unas aclaraciones: que él no argüye siguiendo una certeza
cartesiana ni pide que el lector lea de un modo semejante. El factor
del convencimiento no tiene nada que hacer en su argumentar. Pero
¿por qué seguir sus vías e, incluso, hacerlas públicas? “Pues
bien, es sólo que no puedo negar algunas de las analogías, enlaces
y nexos apuntados en ella me parecieron dignos de consideración”[6]
_______
1
Puede extrañar a lectores habituados a la literatura científica que
un autor se conduzca de una manera semejante frente a una premisa de
su teoría. Suele ser más habitual que se aceptan o se rechazan los
enunciados, y se argumenta de una vez por todas para persuadir al
lector de seguirlo en la vía que se adopte. Sin embargo, este
proceder le es impuesto a Freud con la doctrina del inconsciente que
él mismo forjó, y con ello no hace más que ser consecuente con sus
fundamentos, en lo que implican con respecto al saber y a la verdad.
2
Strachey refiere la frase a Schiller, Die Braut von Messina (La
novia de Messina). Lacan popularizó la expresión «dolor de
existir», véase “Kant con Sade” en Escritos II.
3
Freud, Más allá...,
p AE 50
4
Ibíd.
5
Ibíd. 56
6
Ibíd. 59
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