(ir a la primera parte; ir a la cuarta parte)
VII
En
la última parte se examina de nuevo la noción de placer, que había
sido presentada como una descarga de excitación, tomando como modelo
el acto sexual, “el máximo placer asequible”, que “va unido a
la momentánea extinción de una excitación extrema”[1]. La
ligazón de la pulsión “una de las más tempranas e importantes
funciones del aparato anímico”, “sería una función
preparatoria destinada a acomodar la excitación para luego
tramitarla definitivamente”[2].
Freud
llega a esta conclusión: el afán de placer es más intenso al
inicio, pero menos irrestricto. Esto en base a que los procesos
excitatorios no ligados provocan sensaciones más intensas que los
ligados, y a que si desde el principio el principio de placer no
actuase en ellos, no lo haría después.
Hacia
el final del texto se plantean algunas cuestiones que podrían
suscitar ulteriores estudios. La conciencia toma noticia tanto de las
sensaciones placenteras como las displacenteras, pero también lo
hace de una cierta tensión, la cual puede ser tanto de una como de
otra cualidad. Se indican dos hipótesis: primero, que “por medio
de estas diferenciaciones diferenciamos los procesos de la energía
ligada y la no ligada” (es decir, supongo, que unos corresponderían
tanto a los placenteros como a los displacenteros puestos, o no, en
relación con dicha tensión); segundo, que placer y displacer se
refieren a variaciones cuantitativas mientras que la tensión a la
cantidad absoluta.
Por
otra parte, se menciona el hecho del contraste entre la notoriedad de
las pulsiones de vida, en contraposición a lo inadvertido en que las
de muerte realizan su trabajo. Y la relación directa entre el
principio de placer y la pulsión de muerte.
______________
1
Freud, Más allá..., AE p 60
2
Ibíd.
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