sábado, 13 de octubre de 2012

El Más allá del principio del placer. Primera parte de cinco.


Freud publicó Más allá del principio del placer (en alemán Jenseits des Lustprinzips) en 1920, y tres años más tarde apareció una versión traducida al castellano. El ensayo se refiere con cierta extensión a los conceptos de «compulsión de repetición» y «pulsión de muerte» y por tanto ha sido considerado de gran importancia para el estudio de la teoría psicoanalítica.

I

En muchas formulaciones teóricas de Freud encontramos el concepto de principio de placer como regulador del aparato anímico, cuyo funcionamiento era concebido como una búsqueda de placer, el cual por su parte se definía como la tendencia a la disminución de la cantidad de energía en el interior del aparato, su descarga (mientras que el displacer su aumento). Freud remarca que este principio fue adoptado en la teoría en calidad de supuesto.

Es en cierta medida una novedad de este escrito el afirmar la incorrección de la concepción que atribuye imperio irrestricto al principio de placer sobre “los decursos anímicos”. Afirma Freud: “Si así fuera, la abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría ir acompañada de placer o llevar a él y la experiencia más universal refuta enérgicamente esta conclusión”[1]. Existe, sin duda, la tendencia la placer, pero que su imperio no es cabal.

Se citan en la primer parte algunas “circunstancias” que impiden que dicho principio prevalezca. La primera tiene “el carácter de una ley”, y es explicado como el hecho de que una aparato funcionando de ese modo no podría subsistir y por ende las pulsiones de autoconservación imponen lo que llamó principio de realidad. Éste no es que diste mucho del otro, pues básicamente lo define como el rodeo que implica para el aparato tomar en cuenta su medio externo, para llegar a los mismos fines. Sobre esto pude referirse el lector al Proyecto de psicología, obra póstuma donde se desarrolla esta serie de presupuestos, y también a otros escritos, ejemplo de los cuales son el capítulo VII de la Interpretación de los sueños y Sobre los dos principio del acaecer psíquico.

Otra “fuente de displacer” “surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato anímico”. Algunas pulsiones (o partes suyas) resultan inconciliables con otras y son por ello segregadas de la “unidad abarcadora del yo” mediante represión. En virtud de esto, las “pulsiones reprimidas”[2] quedan en estadios inferiores al desarrollo psíquico del resto, y si llegan a alcanzar en tales circunstancias alguna satisfacción, resultará para el yo una satisfacción displacentera. Al comentar este pasaje, cinco años más tarde, dice Freud que lo esencial es que placer y displacer están ligados al yo como sensaciones conscientes.

También se mencionan otra dos fuentes en este apartado; la “percepción del esfuerzo de pulsiones insatisfechas” y una percepción penosa en sí por provocar expectativas displacenteras por ser tomada por un peligro.

Todas estas fuentes ya habían sido mencionadas por el autor en escritos previos, y en este que comentamos ahora, dice que ellas no representan un reparo para el principio en cuestión.

II

Otro hecho que resulta inconciliable con el principio de placer es el de las «neurosis traumáticas». Para la fecha en que se escribió Más allá …, la primera guerra era un episodio cercano, y con ella se habían producido numerosos casos de este padecimiento. Y si bien existía la costumbre de atribuirla al deterioro orgánico en el aparato nervioso a causa de la violencia mecánica del 'trauma', esto no era ya sostenible para Freud, quien la compara con la histeria.

Parece, dice, que “el centro de gravedad de la causación” está en el factor sorpresa; y además un daño físico contrarrestra muchas veces la producción de neurosis (menciono aquí, entre paréntesis, lo que se dice más adelante respecto de este punto: la violencia mecánica, fuente de excitación sexual, liberaría un quantum de ésta y la herida física ligaría por sobreinvestidura cantidades excedentes en el órgano dolido, factores que incidirían en este efecto 'incomprensible' −en virtud de la noción que, véase acá, concibe a la angustia como la última trinchera de la defensa− , que es puesto en relación con el hecho de que afecciones como la melancolía o la dementia praecox pueden ser temporalmente canceladas por una enfermedad orgánica intercurrente). Viene entonces la clásica diferenciación esquemática entre terror, miedo y angustia, según la cual ésta última es una estado de expectativa y preparación de un peligro, aunque no se lo conozca, el miedo requiere de un objeto determinado y el terror involucra un factor sorpresa en virtud del cual no hay preparación ante el peligro. La angustia, dice, protege contra el terror y también la neurosis traumática.

En estas últimas, la vida onírica se caracteriza por retrotraer una y otra vez al enfermo a la situación en que sobrevino el trauma “de la cual despierta con renovado terror”. Esto debiera asombrar, dice, pues si el sueño es realización de deseos (según la célebre tesis de Die Traumdeutung), no es razonable que atormenten al soñante quien, por otra parte, en estado de vigilia no frecuenta esas reminiscencias.

Es en este segundo apartado donde figura el también célebre «fort-da» es decir, el comentario sobre un juego infantil que no era otra cosa que jugar a arrojar un carretel pronunciando “o-o-o” por parte de un niño, interpretado como «fort», se fue, juego que en ocasiones era acompañado de un «Da», acá está. Este juego involucraba juguetes, pero también jugaba, por ejemplo, con su propia imagen reflejada en un espejo a que desaparecía y aparecía. El juego en su conjunto recibió la interpretación de que se entramaba con la renuncia pulsional involucrada en el hecho de tener que admitir que su madre se vaya. Este juego, así como los sueños de las neurosis traumáticas, no parecen conciliables con el principio de placer. ¿Por qué se satisface con algo que en principio parece displacentero para el niño, es decir, que se vaya la madre? Podría ser entonces que con este juego lo que se satisfaga sea una venganza de su madre, como si le dijera, echándola “¡Andate! ¡No te necesito!”, sólo que dirigido ahora a sus objetos y a su propia imagen.


III

En 1920 habían pasado ya 25 años desde la invención del psicoanálisis, y en el transcurso de ese tiempo, las “metas inmediatas de la técnica” fueron cambiando. Al principio, “el psicoanálisis era sobre todo un arte de interpretación”[3]. El analista le decía, en el momento oportuno, lo inconsciente oculto para el enfermo. Como esto no solucionaba la cuestión terapéutica, entonces surgió el propósito de que el enfermo corrobore la construcción mediante su recuerdo. Con este cambio, el centro de gravedad pasó a ser las resistencias, y el arte entonces fue descubrirlas, mostrárselas y moverlo a que las resignase “por medio de la influencia humana”[4]. Pero con esto tampoco se llegaba a “hacer consciente lo inconsciente” (recordar lo reprimido). Puede ser que no recuerde para nada lo reprimido, pero en tal caso lo que hace es repetirlo.

Según es sabido, esta «compulsión de repetición» vuelve a traer, reactualiza, lo infantil, el complejo de Edipo, en la transferencia que se establece entre el analista y paciente. Freud utiliza la expresión neurosis de transferencia para aludir al hecho de haberse llegado hasta tal punto. Y aclara que la resistencia no corre por cuenta de lo inconsciente sino de los estratos superiores de la vida anímica, aquellos que desencadenaron la represión. Introduce entonces la célebre revisión tópica en virtud de la cual se contraponen el yo y lo reprimido en lugar de lo consciente y lo inconsciente.

La resistencia, que tiene asiento en el yo, sirve al principio de placer. Quiere evitar la “liberación de lo reprimido”, pues eso sería displacentero. La compulsión de repetición, en cambio, “devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas entonces”[5].

Se dan entonces algunos ejemplos. Un daño en el sentimiento de sí puede ser la secuela de la périda de amor y el fracaso propias del sepultamiento del complejo de Edipo. La queja “nada me sale bien” puede resultar del fracaso en la investigación sexual de la infancia. Al parecer, los neuróticos tienen gran habilidad en reanimar tales situaciones afectivas en la transferencia: “se afanan por interrumpir la cura incompleta, saben procurarse de nuevo la impresión del desaire, fuerzan al médico a dirigirles palabras duras y a conducirse fríamente hacia ellos, hallan los objetos apropiados para sus celos, sustituyen al hijo tan deseado del tiempo primordial por el designio o la promesa de un gran regalo”[6].

Este tipo de cosas se encuentra también fuera del análisis. Individuos en quienes toda relación humana termina siempre igual: benefactores cuyos protegidos terminan siéndoles ingratos, hombres que siempre terminan siendo traicionados por sus amigos, otros que buscan elevar a alguna persona para después destronarla y reemplazarla por otra, o que recorren en sus relaciones amorosas las mismas fases y el mismo final.

Son estas cosas las que llevan a Freud a decir que realmente existe una compulsión a la repetición más allá del principio de placer, la cual se enlaza íntimamente con una “satisfacción pulsional placentera directa”[7].

La compulsión de repetición, que se pretendía poner al servicio de la cura, es ganada por “el bando del yo” quien la usa en la resistencia.
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1 Freud, O.C., Tomo 17, AE., p. 9
2 Si bien suele decirse que lo que se reprime es el significante o las representaciones, de este modo se expresa Freud en este texto. Tal vez algunos prefieran leer algo así como “la representación ligada a la pulsión” cuando se conjuga el verbo reprimir.
3 Ibíd., p. 18.
4 Ibíd.
5 Ibíd., p. 20.
6 Ibíd., p. 21.
7 Ibíd., p. 22.

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