IV
La
cuarta parte de Mas allá... se
presenta como una de carácter eminentemente especulativo, como un
intento de adentrase en las consecuencias de una idea por curiosidad.
Es premisa habitual en el psicoanálisis (que en sus inicios había
provocado a sus detractores, pero luego fue aceptada) que la
conciencia no era un carácter universal de los procesos anímicos,
sino de aquellos que tienen su lugar en lo que Freud llamó sistema
Cc. Este último se ubica “en
la frontera entre lo exterior y lo interior”[1], lo cual coincide
con las hipótesis de la anatomía cerebral que la ubica en la
corteza cerebral, que es su estrato más exterior. Pero distingue
ambos enfoques: el análisis quizá pueda llegar más lejos, puesto
que “la anatomía cerebral no necesita ocuparse de la razón por la
cual”[2] esto es así.
Freud
contrapone esta conciencia con la huella
mnémica.
Concebido tempranamente según el modelo de la Bahnung
[3], la huella mnémica es concebida como una secuela duradera dejado
por algún proceso excitatorio. Así puede concebirse que se conforma
la memoria. Pero ocurre que el sistema Cc
no conserva las huellas de sus afecciones. Freud realiza la
argumentación siguiente.
En
el sistema Cc
ocurre
que, o los procesos que afincan en él son conscientes, o producen
huellas mnémicas. Se descarta el caso en que las dos premisas puedan
darse a la vez, lo que se argumenta considerando la imposibilidad de
tal conjunción, pues esto conduciría necesariamente a un límite a
la receptabilidad, ya que no se puede conservar todo en la
conciencia. Si la consciencia no olvida (y aceptando ambas
hipótesis), entonces se colma y ya no recibe impresiones nuevas.
Pero lo que se olvida ya no es “conciente” y por tanto la huella
debe ser inconsciente, entonces hay que abandonar alguna de las
hipótesis, pues aceptarlas sería aceptar una contradicción, a
saber, que algo esa la vez consciente e inconsciente. Supongamos en
segundo lugar que ocurriera este segundo caso: el sistema Cc
conserva las huellas inconscientes. Pero entonces este sistema no es
el lugar de aquellos fenómenos que van acompañados de la
conciencia, y por tanto carecería de sentido la postulación de tal
instancia hecha en primer término. Y quedaría intacta la cuestión
referida al lugar de lo consciente, lo cual debe tener alguno.
Es
de este modo que Freud concluye que en el sistema Cc
los que tiene su lugar allí deviene consciente, pero no deja huella
duradera alguna en ese lugar. Y en apoyo de esta descripción se
menciona el hecho de que la localización postulada para este sistema
(en coincidencia con la anatomía cerebral) sirve asimismo para dar
cierta explicación. Para ello cita la conocida imagen de la vesícula
viviente. Este organismo es concebible como una sustancia estimulable
cuya superficie, diferenciada, está vuelta hacia el exterior y
recibe por tanto los estímulos que provienen de ahí. Esta
superficie, por lo tanto, se ha ido modificando por la acción de los
estímulos hasta que se formó una corteza, la cual es capaz de
seguir recibiendo nuevos estímulos, pero ya no se altera con ello ni
dejan ellos su huella. Un postulado ulterior es el de la existencia
de una protección
antiestímulo de
esta vesícula. La parte externa deja de tener la estructura de la
materia viva, se vuelve inorgánica, y reduce los estímulos externos
a pequeñas fracciones suyas. Esta capa da pierde su vida y como
resultado preserva la de la sustancia interior. Subsiste de todas
formas la capacidad de tomar muestras
del exterior, función que se ejemplifica con los órganos
sensoriales.
Una
descripción hecha al pasar, donde se alude también de paso a la
Estética Trascendental ubica tres peculiaridades de los «procesos
anímicos inconscientes», a saber: no se ordenan temporalmente; el
tiempo no altera nada en ellos; no puede aportárseles la
representación del tiempo. La primera remite a que su orden no es el
cronológico, la segunda a su indestructibilidad, la tercera parece
menos clara según el contexto, creo, y tal vez sea un poco más
filosófica.
Retomando
luego el “estrato cortical sensitivo” de la vesícula viviente,
el sistema P-Cc, menciona el hecho de que no sólo recibe estímulos
externos, también de adentro recibe cantidades de excitación. Pero
sucede que la protección antiestímulo es aplicable sólo a lo
externo, no a lo que viene del interior, si bien las cualidades que
de allí provienen son más adecuadas al funcionamiento del aparato.
Pero esto determina: 1) la prevalencia de sensaciones de placer y
displacer, que es un indicio por lo demás de la procedencia interna,
por sobre los estímulos externos y 2) cierta orientación de la
conducta respecto de las “excitaciones internas” displacenteras
en virtud de la cual se las trata como si fuesen externas, i.e., se
les intenta aplicar el medio defensivo antiestímulo. Este es, dice,
el origen de la proyección. (tal vez el punto 1 pueda decirse
simplemente que se refiere a la prevalencia de lo interno respeto de
lo externo debido a la inexistencia de protección antiestímulo
“hacia adentro”).
Son
excitaciones tramáticas
(define
Freud) las que poseen fuerzas suficientes paraperforar la protección
antiestímulo. El trauma produce, en un primer momento, la abolición
del principio de placer, en el cual la tarea es dominar dicho
estímulo, bajar los volúmenes de excitación.
El
dolor
corporal
es con probabilidad la perforación de la protección antiestímulo
en un punto circunscripto, de la cual afluirán por tanto
excitaciones continuas, tal como lo hacen las internas. ¿Cuál es la
reacción del aparato? Moviliza energía para generar en torno al
punto de intrusión una «contrainvestidura» de nivel
correspondiente, la cual empobrece los otros sistemas psíquicos, y
que produce una parálisis o un rebajamiento psíquico. Se infiere,
dice, de esto, que un sistema de elevada investidura es capaz de
recibir nuevos aportes de energía y transmutarlos en energía
«ligada». Cuanto más alta su energía ligada propia, más alta la
fuerza ligadora del aparato. Con respecto a la energía «ligada» y
«no ligada», se había hecho mención al diferencias el sistema Cc,
el cual no tendría energía ligada sino sólo «libremente móvil»,
de modo que la huella es la ligadura misma (Esta diferencia, por otra
parte, es atribuída a Breuer.). De este modo se explica Freud el
aspecto parlizante del dolor, lo que no ocurriría si de explicaran
las cantidades de la contrainvestidura como simples transferencias
desde la fuerza externa que ocupó el punto de donde emerge el dolor.
Luego
de estas descripciones teóricas, se concibe la neurosis traumática
común como “el resultado de una vasta ruptura de la protección
antiestímulo”[5]. Y vuelve al tema del «terror», respecto del
cual dice que tiene por condición la “falta de apronte
angustiado”, lo que significa la sobreinvestidura de los sistemas
que reciben el estímulo. Al faltar esta, entonces, los sistemas no
están en condiciones de ligar los volúmenes ingresados al aparato
en el trauma, y de las consecuencias que tiene. Concluye entonces que
el «apronte angustiado» es, por la investidura de los
sistemas receptivos que conlleva “la última trinchera de la
protección antiestímulo” y también que los sueños de las
neurosis traumáticas, que no sirven al principio de placer, procuran
“un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis
traumática”[6]. Y menciona, además, junto a estos sueños,
aquellos otros que se presentan en un psicoanálisis que devuelven el
recuerdo de los traumas infantiles como relativas ambos a la
compulsión de repetición, basado en este último caso “en el
deseo (promovido por la sugestión) de convocar lo olvidado, lo
reprimido” [7].
Notas
1
Freud, O.C., Tomo 17,
Amorortu, p.24
2
Ibíd.
3
Cf. el Proyecto de psicología
de Freud.
4
Freud, O.C., Tomo 17,
Amorortu, p.25
5
Ibíd., p.31.
6
Ibíd.
7
Ibíd., p.32
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