martes, 22 de enero de 2013
sábado, 8 de diciembre de 2012
Correlación, causalidad y medicación
La ritalina es una droga que no ha alcanzado en Argentina un consumo tan masivo como parece haberlo heho en otros países. Y parece también haber una correlación entre este hecho y el de que el diagnóstico por ADD tampoco haya prosperado tanto. Este tipo de correlaciones suelen despertar interés. Y tal vez a ello se deba que mientras que la BBC, el New York Times y abcnews, por ejemplo, hayan publicado un estudio sueco sobre una presunta relación entre la prescripción de ritalina y una baja en la criminalidad, en castellano es poco lo que alcanza google, y en primer lugar un medio inglés que publica en español.
El (no tan) escéptico neuroskeptic también ha posteado al respecto, adelantándose a las 'críticas' diciendo que nadie había hablado de causalidad. De todas formas, no hace falta ser demasiado perspicaz para saber que no es necesario mencionarla para que sea invocada. Y que en la cultura en que vivimos difícilmente se ausenta. La "medicalización de la vida cotidiana" ha logrado una extensión tal, por lo demás, que nadie se extrañariá que en algunos países al menos no falten quienes lleven su confianza en la medicación a las políticas penales estatales. Es cierto que en ciertos casos la Ritalina ya es comprada y suministrada en familias donde se pretende un mejor rendimiendo escolar de sus integrantes menores. Pero existen muchas otras que no parecen aún encolumnarse tras los ideales médico-educativos. Y tal vez la prevención, relativa a una cuestión que interesa a gran parte de la sociedad y basada en un cálculo de probabilidades, puede hacer las veces de un motivo para que el estado destine recursos en tal o cual sentido.
En cuanto a la causalidad, creo que los titulares parecen hablar por sí mismos (a diferencia, como decía Freud, de otros significantes) en lo que sugieren: "El tratamiento de ADD 'puede reducir el riesgo de la conducta delictiva'", "ADD, un estudio sugiere vínculos entre medicación y menos delitos".
Recientemente una madre decía que carecía de sentido que la psiquiatra de su hijo le proveyera una determinada medicación, dado que se había indicado inicialmente a causa de sus problemas de "conducta" (tenía 7 años), y tras meses de ingerirla esos problemas no sufrieron cambio. El principal argumento psiquiátrico en casos así suele basarse en el principio axiomático debe medicarse. O más teórico: el tratamiento es la medicación. Sentado esto, su abordaje sólo puede ser cuál es la indicada. Pero esto se encuentra con la concepción, bastante arraigada al parecer, de que la medicación no es inocua, y menos en alguien de 7 años. Algo así como ¿para qué medicar, maxime si la droga no cumple sus promesas? Partiendo de premisas tan distintas es esperable que se posponga en entendimiento de las partes.
Publicado por
Pqo
en
7:16
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Etiquetas:
causalidad
domingo, 2 de diciembre de 2012
Más allá del principio de placer. Quinta y última parte.
(ir a la primera parte; ir a la cuarta parte)
VII
En
la última parte se examina de nuevo la noción de placer, que había
sido presentada como una descarga de excitación, tomando como modelo
el acto sexual, “el máximo placer asequible”, que “va unido a
la momentánea extinción de una excitación extrema”[1]. La
ligazón de la pulsión “una de las más tempranas e importantes
funciones del aparato anímico”, “sería una función
preparatoria destinada a acomodar la excitación para luego
tramitarla definitivamente”[2].
Freud
llega a esta conclusión: el afán de placer es más intenso al
inicio, pero menos irrestricto. Esto en base a que los procesos
excitatorios no ligados provocan sensaciones más intensas que los
ligados, y a que si desde el principio el principio de placer no
actuase en ellos, no lo haría después.
Hacia
el final del texto se plantean algunas cuestiones que podrían
suscitar ulteriores estudios. La conciencia toma noticia tanto de las
sensaciones placenteras como las displacenteras, pero también lo
hace de una cierta tensión, la cual puede ser tanto de una como de
otra cualidad. Se indican dos hipótesis: primero, que “por medio
de estas diferenciaciones diferenciamos los procesos de la energía
ligada y la no ligada” (es decir, supongo, que unos corresponderían
tanto a los placenteros como a los displacenteros puestos, o no, en
relación con dicha tensión); segundo, que placer y displacer se
refieren a variaciones cuantitativas mientras que la tensión a la
cantidad absoluta.
Por
otra parte, se menciona el hecho del contraste entre la notoriedad de
las pulsiones de vida, en contraposición a lo inadvertido en que las
de muerte realizan su trabajo. Y la relación directa entre el
principio de placer y la pulsión de muerte.
______________
1
Freud, Más allá..., AE p 60
2
Ibíd.
lunes, 26 de noviembre de 2012
Más allá del principio de placer. Cuarta parte de cinco.
VI
El
sexto apartado retoma uno de los supuestos precedentes a fin de
ponerlo a prueba de nuevo, luego de ser formulada la interrogación
respecto de qué es lo que la copulación, en tanto meta de una las
las clases de pulsiones, repite[1].
La
premisa a retomar es la de que todo ser vivo tiene que morir por
causas internas, supuesto que resulta concebible, incluso, como un
consuelo. Es habitual (Freud mismo lo hace en otros lugares)
considerar la creencia en la vida después de la muerte como tal,
pero en este caso menciona que la muerte resulta preferible si es una
ley natural inexorable, 'Αναγηκη, a que si es una contingencia
evitable; y hasta podría ser que la creencia en la «legalidad
interna del morir» sea una ilusión para soportar mejor las «penas
de la existencia»[2].
Freud
se refiere a los trabajos de Weismann Über die Dauer des Lebens
(Sobre la duración de la vida) de
1882, Über
leben und Tod (Sobre
la vida y la muerte) de 1884 y
Das Keimplasma (El
plasma germinal) de 1892; donde
Freud encontró la teoría del apartado anterior de la diferenciación
de la sustancia viva en una parte mortal (el soma) y otra inmortal in
potentia (las células
germinales) a la que, dice, había llegado por caminos diferentes, no
considerando la sustancia viva sino las fuerzas que afincan en ella.
Sin
embargo, la opinión de Weismann sobre la muerte es distinta, pues
ella vale sólo, según él, para organismos pluricelulares, no los
unicelulares, de modo que la misma no sería una propiedad universal
de la vida sino adquirida, incluso adaptativa: adecuada a fines.
Mientras tanto, la reproducción si parece una propiedad inherente a
ella, primodial. Freud hace notar que el punto de vista que vé en la
muerte una consecuencia directa de la reproducción es tributaria de
Goette, de Über den Ursprung des Todes
(Sobre el origen de la muerte).
Para Hartmann, por ejemplo, la muerte coincide con la reproducción.
Y se citan algunas investigaciones de laboratorio, unas que
condujeron a afirmar la inmortalidad de los protistas, otras a que
mueren tanto como los animales superiores, tras una fase de
envejecimiento. Como intento de conciliar los hechos mencionados en
las respectivas investigaciones se afirma que el cambio en el medio
donde habitaban los pequeños organismos (como ocurría en las
investigaciones de Woodruff) tendría un efecto similar al de la
reproducción y que a falta de tal habría llegado a los mismos
resultados que las investigaciones que resultaron divergentes en ese
punto. Se infiere entonces que ese efecto responde a la incidencia de
los productos del metabolismo propio, mientras que los de otra
especie inciden en cambio rejuveneciendo esos pequeños seres
animados.
Llegado
a este punto Freud se detiene a pensar si resulta o no atinado buscar
la respuesta a su pregunta mediante el estudio de los protistas. De
hecho, incluso si la muerte resultada, como lo opinaba Weismann, una
adquisición tardía, eso no cancelaría la hipótesis de que no ya
la muerte, pero sí al menos las fuerzas a ella tendientes pudieran
incluirse entre las que tienen lugar en la vida
de estos microorganismos. Además no sólo la biología se dedicado
al estudio de este problema, sino también los filósofos, entre los
que se cuenta a Schopenhauer (Se menciona en una nota del editor la
Especulacióntrascendente sobre la aparente intencionalidad en el destino delindividuo de
Parerga yParaliponema)
quien concibió la muerte como el «genuino resultado» de la vida.
Freud
prosigue con una recapitulación de su teoría de la libido. Al
inicio se había postulado la oposición entre dos clases de
pulsiones, las sexuales y las yoicas de autoconservación. El hecho
de haber extendido el concepto de las primeras de ellas más allá de
la estricta función de reproducción, recuerda, había despertado
gran escándalo en la sociedad. Luego se reparó en la regularidad
con que el yo quitaba
del objeto la libido para dirigirla a sí (la introvesión). También
se tuvo en cuenta el estudio del desarrollo de libidinal infantil y
se llegó a concebir al yo como “el reservorio genuino y originario
de la libido”[3]. El yo era entonces un objeto sexual “el más
encumbrado de ellos” y la libido que permanecía en el yo (en lugar
de investir un objeto) se denominó narcisista.
Así, la libido narcisista representaba la exteriorización de
pulsiones sexuales, pero también a las de autoconservación. Y sin
embargo, nada había que objetar a la vieja fórmula según la cual
“la psiconeurosis consiste en un conflicto entre pulsiones yoicas
y pulsiones sexuales” [4]. Faltaba definir dicha diferencia en base
a una tópica.
Se
plantea el problema de que si las pulsiones de autoconservación son
de naturaleza libidinal, luego no parece que pueda hablarse de
pulsiones yoicas en algún otro sentido. Y aduce Freud que, ante “la
oscuridad” de la cuestión, no parece bueno desechar las
ocurrencias que prometieran esclarecimiento. Se había tomado en
cuenta la oposición entre las pulsiones de vida y las de muerte,
pero el amor de objeto enseña otra oposición: la que media entre
amor y odio. Pero ¿deriva la pulsión sádica del Eros o acaso se
trata de una pulsión de muerte que unicamente sale a la luz y puede
vislumbrarse cuando el Eros la dirige al objeto? De ser así (como en
el último caso), el masoquismo, que había sido concebido como una
reversión contra la persona propia del sadismo, se lo hace
ahora como una vuelta regresiva, lo que conlleva implícito el
supuesto de un masoquismo primario.
Pero
como el interrogante inicial, referido a qué repite la pulsión
sexual, o como dice más tarde, al origen de las mismas, entonces
cita Freud la teoría que Aristófanes, en el diálogo platónico El banquete,
profiere respecto del amor. Se advierte nuevamente al lector,
excusando recurrir a una mito antes que −como venía haciendo− a
las teorías biológicas. Pero se destaca un elemento que le interesa
de esa argumentación: en ella, la pulsión se deriva “de la
necesidad de restablecer un estado anterior”[5]. Resumiendo, pues
el lector seguramente querrá seguir el link que conduce a la obra de
Platón, para Aristófanes hubo, en el origen, tres clases de
hombres, uno de los cuales (del que sólo queda el nombre) se
componía de una mitad hombre y otra mujer. Pero Zeus los seccionó y
en adelante las mitades buscaron reunirse en la primitiva esfera.
Llegado a este punto, Freud
hace unas aclaraciones: que él no argüye siguiendo una certeza
cartesiana ni pide que el lector lea de un modo semejante. El factor
del convencimiento no tiene nada que hacer en su argumentar. Pero
¿por qué seguir sus vías e, incluso, hacerlas públicas? “Pues
bien, es sólo que no puedo negar algunas de las analogías, enlaces
y nexos apuntados en ella me parecieron dignos de consideración”[6]
_______
1
Puede extrañar a lectores habituados a la literatura científica que
un autor se conduzca de una manera semejante frente a una premisa de
su teoría. Suele ser más habitual que se aceptan o se rechazan los
enunciados, y se argumenta de una vez por todas para persuadir al
lector de seguirlo en la vía que se adopte. Sin embargo, este
proceder le es impuesto a Freud con la doctrina del inconsciente que
él mismo forjó, y con ello no hace más que ser consecuente con sus
fundamentos, en lo que implican con respecto al saber y a la verdad.
2
Strachey refiere la frase a Schiller, Die Braut von Messina (La
novia de Messina). Lacan popularizó la expresión «dolor de
existir», véase “Kant con Sade” en Escritos II.
3
Freud, Más allá...,
p AE 50
4
Ibíd.
5
Ibíd. 56
6
Ibíd. 59
sábado, 17 de noviembre de 2012
Más allá del principio de placer. Tercera parte de cinco.
V
Comienza
la quinta parte de este ensayo con el tema de las excitaciones de
fuente interna y la importancia económica que adquieren por no haber
protección “hacia adentro” (o bien, como ya había dicho, por
usar con respecto a las mismas la protección como si fueran
externas). Para llamarlas por su nombre, digamos que a tales fuentes
Freud da el nombre de «pulsiones»,
Trieb en alemán (que
en traducciones como las de López Ballesteros se designan como
instintos; lo que
luego fue muy criticado por lo equívocos −de todas maneras
inevitables por cierto, creo yo− que eso permitió). Estas
pulsiones son, dice luego, “los representantes de todas las fuerzas
eficaces que provienen del interior del cuerpo y se transfieren al
aparato”[1], y agrega el supuesto de que las mismas (lo los
procesos que de ellas parten) obedecen al tipo no ligado de proceso
nervioso, que fue estudiado detenidamente en Die
Traumdeutung y que dió el
nombre de proceso psíquico primario.
La diferencia entre éste y su contraparte, el secundario,
es identificada con la que media entre procesos de investidura libre
y ligada. Cabe notar que con anterioridad el principio de placer era
concebido como el funcionamiento primario del aparato, relevado por
el principio de realidad, pero en esta ocasión el imperio
irrestricto del principio del principio de placer es resultado de un
cierto trabajo de ligadura independiente al principio que se había
supuesto inicial.
Retoma
entonces el tema del juego infantil, donde la repetición de la
vivencia displacentera resulta en un dominio sobre la impresión que
produjo, y señala un aspecto de éste: el niño se mostrará
inflexible exigiendo la identidad de la impresión, rasgo de carácter
llamado a desaparecer más tarde, según afirma. A diferencia el
adulto que ya no ríe del mismo modo la segunda vez que escucha un
chiste que la primera (lo que parecería permitir el supuesto de que
la novedad sea condición de goce) el niño querrá escuchar la misma
historia, jugar el mismo juego buscando esta identidad. Freud ya
había hablado de esta identidad, el reencuentro de la identidad, y
aquí repite que no contradice el principio de placer. Pero agrega
“en el analizado resulta claro que su compulsión a repetir en la
transferencia los episodios del período infantil de su vida se
sitúa, en todos los
sentidos, más allá del principio de placer”[2]. Con lo cual
notamos, o podemos conjeturar, que es teniendo en mente esta
dificultad de la transferencia que esta teoría fue concebida, lo
cual la vuelve un poco más inteligible. Se hace una indicación
metapsicológica de paso, i.e., que las huellas mnémicas de la
infancia no subsisten en el aparato de modo ligado. Pero pasa a
preguntarse sobre el vínculo entre la repetición y lo pulsional y
arroja una fórmula como esta: “una pulsión sería
entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducir un
estado anterior”[3].
La
pulsión resulta por ello conservadora
y no progresista o desarrollista. Hipótesis que se toma de base para
la argumentación posterior, luego de una advertencia al lector. La
primer consecuencia de ella es que todo el desarrollo corre por
cuenta de los influjos externos, que adjetiva a su vez de
perturbadores y desviantes. Sólo es una apariencia engañosa la que
lleva a ver en las pulsiones fuerzas que tengan que ver con el
cambio, con el progreso, pues su meta es alcanzar lo inorgánico, que
le precedió. Los 'fenómenos vitales' tal vez sean la retención que
las pulsiones conservadoras hacen de aquellos rodeos que el mundo le
imponía en su momento para alcanzar esta meta. Así, del primer al
segundo momento, la pulsión incorpora lo perturbador, lo que
desviaba respecto de su meta, para ocupar justamente ese lugar; más
adelante dice que su papel es “conservar la alteración impuesta”
(hecho por otra parte que se corrobora en diversos ámbitos de la
cultura por cierto). Se vuelven sus peculiaridades propias de un modo
un tanto paradójico: “el organismo sólo quiere morir a su manera,
también estos guardianes de la vida fueron orignariamente
alabarderos de la muerte”[4]. Estas son la pulsiones de
autoconservación, que lucha contra la influencia de las fuerzas que
lo ayudarían a dar con su meta por un circuito más corto, una
conducta que Freud distingue de aquella que llamamos inteligente.
En
lo que sigue se refiere a las otras (la restricción de la
hipótesis), las pulsiones sexuales. En el interior del ser vivo
encontramos ciertas células que, a diferencia del resto del
organismo, no lo acompañan a la muerte natural, apartándose de él,
con lo que se les adscribe una inmortalidad potencial. Estas
pulsiones, por tanto, sobreviven al individuo y bregan por el
encuentro de dichas células con otras germinales diferenciadas.
Estas pulsiones son más coservadoras todavía: son resistentes a la
injerencia externa y conservan la vida por lapsos más largos; pese a
que −agrega en 1923− son lo único que desde adentro puede
concebirse como tendiente al progreso. Entre estas, las sexuales, y
las otras, de muerte, hay una oposición. Y la vida es un ritmo
“titubeante”: unas pulsiones se lanzan hacia la meta, luego las
otras vuelven hacia atrás, prolongándola.
El
resultado de esto es la cancelación del supuesto de una pulsión de
perfeccionamiento, calificada de consoladora ilusión. El
perfeccionamiento es obra, luego, de la represión antes que las
pulsiones las cuales, reprimidas, hallarán toda satisfacción
(sustitutiva, reactiva, sublimada) insuficiente. Este camino “hacia
atrás” hacia una satisfacción plena está impedida por la
represión y por ello se busca avanzar por los caminos posibles,
dando la apariencia de una pulsión de perfeccionamiento.
1
Freud, Más allá...,
A.E., p 34
2
Ibíd., p36
3
Ibíd.
4
Ibíd. p 39
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