Freud comienza su ensayo dedicado a la melancolía con un estudio
comparativo con el duelo, procediendo al modo en que años atrás,
buscando esclarecer la esencia de la vida despierta había estudiado el sueño.
También invoca las “múltiples analogías” entre sendos cuadros generales para
justificar este método. Menciona que cuando se descubren las causas se encuentran
coincidentes , pues:
"El duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida
de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el
ideal, etc.”
Y las mismas influencias pueden provocar en algunas personas
el cuadro melancólico. Otro comentario que suele recordarse hecho en este
contexto es el de que pese a lo alejado de la normalidad que se encuentra el
duelo, no obstante no debe tratarse como si fuese un estado patológico y antes
bien esperar a que desaparezca por sí solo.
En cuanto al cuadro melancóloco, afirma:
“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de
ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior,
la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la
disminución de amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones,
de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una
delirante espera de castigo.”
Se encuentra en éste último punto un primer elemento de
discernimiento entre duelo y melancolía, la presencia en la segunda (y ausencia
en el primero) de la perturbación del Selbstgefühl
(término traducido por Ballesteros por amor
propio).
Luego lleva a cabo una “caracerización económica” del duelo:
“el examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no
existe ya y demanda que la libido abandone todas sus ligaduras con el mismo.
Contra esta demanda surge una oposición naturalísima, pues sabemos que el
hombre no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aun cuando
les haya encontrado ya una sustitución. Esta oposición puede ser tan intensa
que surjan el apartamiento de la realidad y la conservación del objeto por
medio de una psicosis desiderativa alucinatoria. Lo normal es que el respeto a
la realidad obtenga la victoria. Pero su mandato no puede ser llevado a cabo
inmediatamente, y sólo es realizado de un modo paulatino, con gran gasto de
tiempo y de energía de carga, continuando mientras tanto la existencia psíquica
del objeto perdido. Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un
punto de enlace de la libido con el objeto es sucesivamente despertado y
sobrecargado, realizándose en él la sustracción de la libido. (...) Al final de
la labor del duelo vuelve a quedar el yo libre y exento de toda inhibición.”
Otro aspecto de diferenciación apuntado por Freud es el
lugar de lo que se pierde en un caso y en el otro. A diferencia del duelo, en
la melancolía es más difícil percibir qué es lo que el sujeto ha perdido
realmente, incluso muchas veces que el melancólico sabe a quién ha perdido, no parece saber qué ha perdido con él.
Concluye pues que “de este modo nos veríamos impulsados a
relacionar la melancolía con una pérdida de objeto sustraída a la conciencia,
diferenciándose así del duelo, en el cual nada de lo que respecta a la pérdida
es inconsciente.”
Prosigue luego describiendo el otro punto de oposición mencionado
ya:
“En la melancolía es el yo lo que ofrece estos rasgos a la
consideración del paciente. Este nos describe su yo como indigno de toda
estimación, incapaz de rendimiento valioso alguno y moralmente condenable. Se
dirige amargos reproches, se insulta y espera la repulsa y el castigo. Se
humilla ante todos los demás y compadece a los suyos por hallarse ligados a una
persona tan despreciable. No abriga idea ninguna de que haya tenido efecto en
él una modificación, sino que extiende su crítica al pasado y afirma no haber
sido nunca mejor. El cuadro de este delirio de empequeñecimiento
(principalmente moral) se completa con insomnios, rechazo a alimentarse y un
sojuzgamiento, muy singular desde el punto de vista psicológico, del instinto,
que fuerza a todo lo animado a mantenerse en vida.”
Siguiendo otro principio metodológico (el tercero a esta
altura: la consideración con lo anormal para estudiar lo normal, la hipótesis
de una vida psíquica inconsciente) Freud sostiene que si el sujeto afirma todo
eso, si sostiene todo ese “delirio de empequeñecimiento”, no es pertinente
contradecirlo. Antes bien, interrogar los motivos que puede tener para estar
tan convencido de ello. Lo cual no implica poner a prueba sus enunciados, pues
su efectividad no es lo que está en cuestión. Muchas veces puede ser
perfectamente cierto todo lo que dice de sí mismo, y la misma melancolía le
ayuda a alcanzar dicha situación. De hecho,
cita a lrepecto a Hamlet quien
afirma “Tratad a cada uno como se merece y, ¿quién escapa al látigo?”.
De este modo, lo que se contrasta aquí no es la adecuación o
no de los enunciados del sujeto, sino que la valoración de sí mismo que conllevan
implican de por sí una perturbación.
Y aún hay más. Tampoco deja de llamar la atención que,
aquejado supuestamente de tantos remordimientos, le melancólico se muestre tan
ajeno al pudor, llegando a comunicar a quien esté disponible todos sus
defectos. Freud propone la hipótesis (adicional) de que en ese rebajamiento el
sujeto encuentra una satisfacción.
Luego de los planteos teóricos así esbozados en el post,
Freud prosigue con un agregado que proviene de la experiencia clínica, y
formula así:
“Si oímos pacientemente las múltiples autoacusaciones del
melancólico, acabamos por experimentar la impresión de que las más violentas
resultan con frecuencia muy poco adecuadas a la personalidad del sujeto y, en
cambio, pueden adaptarse, con pequeñas modificaciones, a otra persona, a la que
el enfermo ama, ha amado o debía amar. Siempre que investigamos estos casos
queda confirmada tal hipótesis que nos da la clave del cuadro patológico,
haciéndonos reconocer que los reproches con los que el enfermo se abruma
corresponden en realidad a otra persona, a un objeto erótico, y han sido
vueltos contra el propio yo. (…)Todo esto sólo es posible porque las reacciones
de su conducta parten aún de la constelación anímica de la rebelión, convertida
por cierto proceso en el opresivo estado de la melancolía.”
Estas consideraciones conducen a la conocida afirmación de
la “identificación con el objeto amado”, que tiene lugar no sólo en la
melancolía. El yo pierde pues recibe los reproches que tenían como destinatario
al objeto, pero también porque sostiene los que provenía de él como remitente.
La diferenciación en el interior del yo merced la identificación con el objeto
lo expone, en este caso, a padecer tanto como el objeto las querellas que le
estaban dirigidas, pero también las que el objeto le dirigía al yo.
Surge entonces el interrogante ¿Cómo se llega a este
desenlace si se trataba, justamente, de un objeto amado? ¿El amor es acaso
fuente de querellas y denigraciones y reproches semejantes? Pues bien, Freud
concluye que sí, por su puesto. Pero agrega otro concepto para considerar este
punto, el de ambivalencia:
“Las situaciones que dan lugar a la enfermedad en la
melancolía van más allá del caso transparente de la pérdida por muerte del
objeto amado, y comprenden todas aquellas situaciones de ofensa, postergación y
desengaño, que pueden introducir, en la relación
con el objeto, sentimientos opuestos de amor y odio o intensificar una
ambivalencia preexistente. Este conflicto por ambivalencia, que se origina a
veces más por experiencias reales y a veces más por factores constitucionales,
ha de tenerse muy en cuenta entre las premisas de la melancolía. Cuando el amor
al objeto, amor que ha de ser conservado, no obstante el abandono del objeto,
llega a refugiarse en la identificación narcisista, recae el odio sobre este
objeto sustitutivo, calumniándolo, humillándolo, haciéndole sufrir y
encontrando en este sufrimiento una satisfacción sádica. El tormento,
indudablemente placentero que el melancólico se inflige a sí mismo significa,
análogamente, a los fenómenos correlativos de la neurosis obsesiva, la
satisfacción de tendencias sádicas y de
odio 1409, orientadas hacia un objeto, pero retrotraídas al
yo del propio sujeto en la forma como hemos venido tratando.”