sábado, 8 de diciembre de 2012

Correlación, causalidad y medicación

La ritalina es una droga que no ha alcanzado en Argentina un consumo tan masivo como parece haberlo heho en otros países. Y parece también haber una correlación entre este hecho y el de que el diagnóstico por ADD tampoco haya prosperado tanto. Este tipo de correlaciones suelen despertar interés. Y tal vez a ello se deba que mientras que la BBC, el New York Times y abcnews, por ejemplo, hayan publicado un estudio sueco sobre una presunta relación entre la prescripción de ritalina y una baja en la criminalidad, en castellano es poco lo que alcanza google, y en primer lugar un medio inglés que publica en español.


El (no tan) escéptico neuroskeptic también ha posteado al respecto, adelantándose a las 'críticas' diciendo que nadie había hablado de causalidad. De todas formas, no hace falta ser demasiado perspicaz para saber que no es necesario mencionarla para que sea invocada. Y que en la cultura en que vivimos difícilmente se ausenta. La "medicalización de la vida cotidiana" ha logrado una extensión tal, por lo demás, que nadie se extrañariá que en algunos países al menos no falten quienes lleven su confianza en la medicación a las políticas penales estatales. Es cierto que en ciertos casos la Ritalina ya es comprada y suministrada en familias donde se pretende un mejor rendimiendo escolar de sus integrantes menores. Pero existen muchas otras que no parecen aún encolumnarse tras los ideales médico-educativos. Y tal vez la prevención, relativa a una cuestión que interesa a gran parte de la sociedad y basada en un cálculo de probabilidades, puede hacer las veces de un motivo para que el estado destine recursos en tal o cual sentido.

En cuanto a la causalidad, creo que los titulares parecen hablar por sí mismos (a diferencia, como decía Freud, de otros significantes) en lo que sugieren: "El tratamiento de ADD 'puede reducir el riesgo de la conducta delictiva'", "ADD, un estudio sugiere vínculos entre medicación y menos delitos".

Recientemente una madre decía que carecía de sentido que la psiquiatra de su hijo le proveyera una determinada medicación, dado que se había indicado inicialmente a causa de sus problemas de "conducta" (tenía 7 años), y tras meses de ingerirla esos problemas no sufrieron cambio. El principal argumento psiquiátrico en casos así suele basarse en el principio axiomático debe medicarse. O más teórico: el tratamiento es la medicación. Sentado esto, su abordaje sólo puede ser cuál es la indicada. Pero esto se encuentra con la concepción, bastante arraigada al parecer, de que la medicación no es inocua, y menos en alguien de 7 años. Algo así como ¿para qué medicar, maxime si la droga no cumple sus promesas? Partiendo de premisas tan distintas es esperable que se posponga en entendimiento de las partes.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Más allá del principio de placer. Quinta y última parte.

(ir a la primera parte; ir a la cuarta parte)

VII

En la última parte se examina de nuevo la noción de placer, que había sido presentada como una descarga de excitación, tomando como modelo el acto sexual, “el máximo placer asequible”, que “va unido a la momentánea extinción de una excitación extrema”[1]. La ligazón de la pulsión “una de las más tempranas e importantes funciones del aparato anímico”, “sería una función preparatoria destinada a acomodar la excitación para luego tramitarla definitivamente”[2].

Freud llega a esta conclusión: el afán de placer es más intenso al inicio, pero menos irrestricto. Esto en base a que los procesos excitatorios no ligados provocan sensaciones más intensas que los ligados, y a que si desde el principio el principio de placer no actuase en ellos, no lo haría después.

Hacia el final del texto se plantean algunas cuestiones que podrían suscitar ulteriores estudios. La conciencia toma noticia tanto de las sensaciones placenteras como las displacenteras, pero también lo hace de una cierta tensión, la cual puede ser tanto de una como de otra cualidad. Se indican dos hipótesis: primero, que “por medio de estas diferenciaciones diferenciamos los procesos de la energía ligada y la no ligada” (es decir, supongo, que unos corresponderían tanto a los placenteros como a los displacenteros puestos, o no, en relación con dicha tensión); segundo, que placer y displacer se refieren a variaciones cuantitativas mientras que la tensión a la cantidad absoluta.

Por otra parte, se menciona el hecho del contraste entre la notoriedad de las pulsiones de vida, en contraposición a lo inadvertido en que las de muerte realizan su trabajo. Y la relación directa entre el principio de placer y la pulsión de muerte.


______________
1 Freud, Más allá..., AE p 60

2 Ibíd.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Más allá del principio de placer. Cuarta parte de cinco.


(ir a la primera parte, ir a la tercera parte)

VI

El sexto apartado retoma uno de los supuestos precedentes a fin de ponerlo a prueba de nuevo, luego de ser formulada la interrogación respecto de qué es lo que la copulación, en tanto meta de una las las clases de pulsiones, repite[1].

La premisa a retomar es la de que todo ser vivo tiene que morir por causas internas, supuesto que resulta concebible, incluso, como un consuelo. Es habitual (Freud mismo lo hace en otros lugares) considerar la creencia en la vida después de la muerte como tal, pero en este caso menciona que la muerte resulta preferible si es una ley natural inexorable, 'Αναγηκη, a que si es una contingencia evitable; y hasta podría ser que la creencia en la «legalidad interna del morir» sea una ilusión para soportar mejor las «penas de la existencia»[2].

Freud se refiere a los trabajos de Weismann Über die Dauer des Lebens (Sobre la duración de la vida) de 1882, Über leben und Tod (Sobre la vida y la muerte) de 1884 y Das Keimplasma (El plasma germinal) de 1892; donde Freud encontró la teoría del apartado anterior de la diferenciación de la sustancia viva en una parte mortal (el soma) y otra inmortal in potentia (las células germinales) a la que, dice, había llegado por caminos diferentes, no considerando la sustancia viva sino las fuerzas que afincan en ella.

Sin embargo, la opinión de Weismann sobre la muerte es distinta, pues ella vale sólo, según él, para organismos pluricelulares, no los unicelulares, de modo que la misma no sería una propiedad universal de la vida sino adquirida, incluso adaptativa: adecuada a fines. Mientras tanto, la reproducción si parece una propiedad inherente a ella, primodial. Freud hace notar que el punto de vista que vé en la muerte una consecuencia directa de la reproducción es tributaria de Goette, de Über den Ursprung des Todes (Sobre el origen de la muerte). Para Hartmann, por ejemplo, la muerte coincide con la reproducción. Y se citan algunas investigaciones de laboratorio, unas que condujeron a afirmar la inmortalidad de los protistas, otras a que mueren tanto como los animales superiores, tras una fase de envejecimiento. Como intento de conciliar los hechos mencionados en las respectivas investigaciones se afirma que el cambio en el medio donde habitaban los pequeños organismos (como ocurría en las investigaciones de Woodruff) tendría un efecto similar al de la reproducción y que a falta de tal habría llegado a los mismos resultados que las investigaciones que resultaron divergentes en ese punto. Se infiere entonces que ese efecto responde a la incidencia de los productos del metabolismo propio, mientras que los de otra especie inciden en cambio rejuveneciendo esos pequeños seres animados.

Llegado a este punto Freud se detiene a pensar si resulta o no atinado buscar la respuesta a su pregunta mediante el estudio de los protistas. De hecho, incluso si la muerte resultada, como lo opinaba Weismann, una adquisición tardía, eso no cancelaría la hipótesis de que no ya la muerte, pero sí al menos las fuerzas a ella tendientes pudieran incluirse entre las que tienen lugar en la vida de estos microorganismos. Además no sólo la biología se dedicado al estudio de este problema, sino también los filósofos, entre los que se cuenta a Schopenhauer (Se menciona en una nota del editor la Especulacióntrascendente sobre la aparente intencionalidad en el destino delindividuo de Parerga yParaliponema) quien concibió la muerte como el «genuino resultado» de la vida.


Freud prosigue con una recapitulación de su teoría de la libido. Al inicio se había postulado la oposición entre dos clases de pulsiones, las sexuales y las yoicas de autoconservación. El hecho de haber extendido el concepto de las primeras de ellas más allá de la estricta función de reproducción, recuerda, había despertado gran escándalo en la sociedad. Luego se reparó en la regularidad con que el yo quitaba del objeto la libido para dirigirla a sí (la introvesión). También se tuvo en cuenta el estudio del desarrollo de libidinal infantil y se llegó a concebir al yo como “el reservorio genuino y originario de la libido”[3]. El yo era entonces un objeto sexual “el más encumbrado de ellos” y la libido que permanecía en el yo (en lugar de investir un objeto) se denominó narcisista. Así, la libido narcisista representaba la exteriorización de pulsiones sexuales, pero también a las de autoconservación. Y sin embargo, nada había que objetar a la vieja fórmula según la cual “la psiconeurosis consiste en un conflicto entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales” [4]. Faltaba definir dicha diferencia en base a una tópica.

Se plantea el problema de que si las pulsiones de autoconservación son de naturaleza libidinal, luego no parece que pueda hablarse de pulsiones yoicas en algún otro sentido. Y aduce Freud que, ante “la oscuridad” de la cuestión, no parece bueno desechar las ocurrencias que prometieran esclarecimiento. Se había tomado en cuenta la oposición entre las pulsiones de vida y las de muerte, pero el amor de objeto enseña otra oposición: la que media entre amor y odio. Pero ¿deriva la pulsión sádica del Eros o acaso se trata de una pulsión de muerte que unicamente sale a la luz y puede vislumbrarse cuando el Eros la dirige al objeto? De ser así (como en el último caso), el masoquismo, que había sido concebido como una reversión contra la persona propia del sadismo, se lo hace ahora como una vuelta regresiva, lo que conlleva implícito el supuesto de un masoquismo primario.

Pero como el interrogante inicial, referido a qué repite la pulsión sexual, o como dice más tarde, al origen de las mismas, entonces cita Freud la teoría que Aristófanes, en el diálogo platónico El banquete, profiere respecto del amor. Se advierte nuevamente al lector, excusando recurrir a una mito antes que −como venía haciendo− a las teorías biológicas. Pero se destaca un elemento que le interesa de esa argumentación: en ella, la pulsión se deriva “de la necesidad de restablecer un estado anterior”[5]. Resumiendo, pues el lector seguramente querrá seguir el link que conduce a la obra de Platón, para Aristófanes hubo, en el origen, tres clases de hombres, uno de los cuales (del que sólo queda el nombre) se componía de una mitad hombre y otra mujer. Pero Zeus los seccionó y en adelante las mitades buscaron reunirse en la primitiva esfera.

Llegado a este punto, Freud hace unas aclaraciones: que él no argüye siguiendo una certeza cartesiana ni pide que el lector lea de un modo semejante. El factor del convencimiento no tiene nada que hacer en su argumentar. Pero ¿por qué seguir sus vías e, incluso, hacerlas públicas? “Pues bien, es sólo que no puedo negar algunas de las analogías, enlaces y nexos apuntados en ella me parecieron dignos de consideración”[6]




_______
1 Puede extrañar a lectores habituados a la literatura científica que un autor se conduzca de una manera semejante frente a una premisa de su teoría. Suele ser más habitual que se aceptan o se rechazan los enunciados, y se argumenta de una vez por todas para persuadir al lector de seguirlo en la vía que se adopte. Sin embargo, este proceder le es impuesto a Freud con la doctrina del inconsciente que él mismo forjó, y con ello no hace más que ser consecuente con sus fundamentos, en lo que implican con respecto al saber y a la verdad.

2 Strachey refiere la frase a Schiller, Die Braut von Messina (La novia de Messina). Lacan popularizó la expresión «dolor de existir», véase “Kant con Sade” en Escritos II.

3 Freud, Más allá..., p AE 50

4 Ibíd.

5 Ibíd. 56

6 Ibíd. 59

sábado, 17 de noviembre de 2012

Más allá del principio de placer. Tercera parte de cinco.

 (ir a la primera parte)
(ir a la segunda parte)

V

Comienza la quinta parte de este ensayo con el tema de las excitaciones de fuente interna y la importancia económica que adquieren por no haber protección “hacia adentro” (o bien, como ya había dicho, por usar con respecto a las mismas la protección como si fueran externas). Para llamarlas por su nombre, digamos que a tales fuentes Freud da el nombre de «pulsiones», Trieb en alemán (que en traducciones como las de López Ballesteros se designan como instintos; lo que luego fue muy criticado por lo equívocos −de todas maneras inevitables por cierto, creo yo− que eso permitió). Estas pulsiones son, dice luego, “los representantes de todas las fuerzas eficaces que provienen del interior del cuerpo y se transfieren al aparato”[1], y agrega el supuesto de que las mismas (lo los procesos que de ellas parten) obedecen al tipo no ligado de proceso nervioso, que fue estudiado detenidamente en Die Traumdeutung y que dió el nombre de proceso psíquico primario. La diferencia entre éste y su contraparte, el secundario, es identificada con la que media entre procesos de investidura libre y ligada. Cabe notar que con anterioridad el principio de placer era concebido como el funcionamiento primario del aparato, relevado por el principio de realidad, pero en esta ocasión el imperio irrestricto del principio del principio de placer es resultado de un cierto trabajo de ligadura independiente al principio que se había supuesto inicial.

Retoma entonces el tema del juego infantil, donde la repetición de la vivencia displacentera resulta en un dominio sobre la impresión que produjo, y señala un aspecto de éste: el niño se mostrará inflexible exigiendo la identidad de la impresión, rasgo de carácter llamado a desaparecer más tarde, según afirma. A diferencia el adulto que ya no ríe del mismo modo la segunda vez que escucha un chiste que la primera (lo que parecería permitir el supuesto de que la novedad sea condición de goce) el niño querrá escuchar la misma historia, jugar el mismo juego buscando esta identidad. Freud ya había hablado de esta identidad, el reencuentro de la identidad, y aquí repite que no contradice el principio de placer. Pero agrega “en el analizado resulta claro que su compulsión a repetir en la transferencia los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio de placer”[2]. Con lo cual notamos, o podemos conjeturar, que es teniendo en mente esta dificultad de la transferencia que esta teoría fue concebida, lo cual la vuelve un poco más inteligible. Se hace una indicación metapsicológica de paso, i.e., que las huellas mnémicas de la infancia no subsisten en el aparato de modo ligado. Pero pasa a preguntarse sobre el vínculo entre la repetición y lo pulsional y arroja una fórmula como esta: “una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducir un estado anterior”[3].

La pulsión resulta por ello conservadora y no progresista o desarrollista. Hipótesis que se toma de base para la argumentación posterior, luego de una advertencia al lector. La primer consecuencia de ella es que todo el desarrollo corre por cuenta de los influjos externos, que adjetiva a su vez de perturbadores y desviantes. Sólo es una apariencia engañosa la que lleva a ver en las pulsiones fuerzas que tengan que ver con el cambio, con el progreso, pues su meta es alcanzar lo inorgánico, que le precedió. Los 'fenómenos vitales' tal vez sean la retención que las pulsiones conservadoras hacen de aquellos rodeos que el mundo le imponía en su momento para alcanzar esta meta. Así, del primer al segundo momento, la pulsión incorpora lo perturbador, lo que desviaba respecto de su meta, para ocupar justamente ese lugar; más adelante dice que su papel es “conservar la alteración impuesta” (hecho por otra parte que se corrobora en diversos ámbitos de la cultura por cierto). Se vuelven sus peculiaridades propias de un modo un tanto paradójico: “el organismo sólo quiere morir a su manera, también estos guardianes de la vida fueron orignariamente alabarderos de la muerte”[4]. Estas son la pulsiones de autoconservación, que lucha contra la influencia de las fuerzas que lo ayudarían a dar con su meta por un circuito más corto, una conducta que Freud distingue de aquella que llamamos inteligente.

En lo que sigue se refiere a las otras (la restricción de la hipótesis), las pulsiones sexuales. En el interior del ser vivo encontramos ciertas células que, a diferencia del resto del organismo, no lo acompañan a la muerte natural, apartándose de él, con lo que se les adscribe una inmortalidad potencial. Estas pulsiones, por tanto, sobreviven al individuo y bregan por el encuentro de dichas células con otras germinales diferenciadas. Estas pulsiones son más coservadoras todavía: son resistentes a la injerencia externa y conservan la vida por lapsos más largos; pese a que −agrega en 1923− son lo único que desde adentro puede concebirse como tendiente al progreso. Entre estas, las sexuales, y las otras, de muerte, hay una oposición. Y la vida es un ritmo “titubeante”: unas pulsiones se lanzan hacia la meta, luego las otras vuelven hacia atrás, prolongándola.

El resultado de esto es la cancelación del supuesto de una pulsión de perfeccionamiento, calificada de consoladora ilusión. El perfeccionamiento es obra, luego, de la represión antes que las pulsiones las cuales, reprimidas, hallarán toda satisfacción (sustitutiva, reactiva, sublimada) insuficiente. Este camino “hacia atrás” hacia una satisfacción plena está impedida por la represión y por ello se busca avanzar por los caminos posibles, dando la apariencia de una pulsión de perfeccionamiento.

(leer la cuarta parte)


1 Freud, Más allá..., A.E., p 34
2 Ibíd., p36
3 Ibíd.
4 Ibíd. p 39

domingo, 21 de octubre de 2012

Más allá del principio de placer. Segunda parte de cinco.


IV

La cuarta parte de Mas allá... se presenta como una de carácter eminentemente especulativo, como un intento de adentrase en las consecuencias de una idea por curiosidad. Es premisa habitual en el psicoanálisis (que en sus inicios había provocado a sus detractores, pero luego fue aceptada) que la conciencia no era un carácter universal de los procesos anímicos, sino de aquellos que tienen su lugar en lo que Freud llamó sistema Cc. Este último se ubica “en la frontera entre lo exterior y lo interior”[1], lo cual coincide con las hipótesis de la anatomía cerebral que la ubica en la corteza cerebral, que es su estrato más exterior. Pero distingue ambos enfoques: el análisis quizá pueda llegar más lejos, puesto que “la anatomía cerebral no necesita ocuparse de la razón por la cual”[2] esto es así.

Freud contrapone esta conciencia con la huella mnémica. Concebido tempranamente según el modelo de la Bahnung [3], la huella mnémica es concebida como una secuela duradera dejado por algún proceso excitatorio. Así puede concebirse que se conforma la memoria. Pero ocurre que el sistema Cc no conserva las huellas de sus afecciones. Freud realiza la argumentación siguiente.

En el sistema Cc ocurre que, o los procesos que afincan en él son conscientes, o producen huellas mnémicas. Se descarta el caso en que las dos premisas puedan darse a la vez, lo que se argumenta considerando la imposibilidad de tal conjunción, pues esto conduciría necesariamente a un límite a la receptabilidad, ya que no se puede conservar todo en la conciencia. Si la consciencia no olvida (y aceptando ambas hipótesis), entonces se colma y ya no recibe impresiones nuevas. Pero lo que se olvida ya no es “conciente” y por tanto la huella debe ser inconsciente, entonces hay que abandonar alguna de las hipótesis, pues aceptarlas sería aceptar una contradicción, a saber, que algo esa la vez consciente e inconsciente. Supongamos en segundo lugar que ocurriera este segundo caso: el sistema Cc conserva las huellas inconscientes. Pero entonces este sistema no es el lugar de aquellos fenómenos que van acompañados de la conciencia, y por tanto carecería de sentido la postulación de tal instancia hecha en primer término. Y quedaría intacta la cuestión referida al lugar de lo consciente, lo cual debe tener alguno.

Es de este modo que Freud concluye que en el sistema Cc los que tiene su lugar allí deviene consciente, pero no deja huella duradera alguna en ese lugar. Y en apoyo de esta descripción se menciona el hecho de que la localización postulada para este sistema (en coincidencia con la anatomía cerebral) sirve asimismo para dar cierta explicación. Para ello cita la conocida imagen de la vesícula viviente. Este organismo es concebible como una sustancia estimulable cuya superficie, diferenciada, está vuelta hacia el exterior y recibe por tanto los estímulos que provienen de ahí. Esta superficie, por lo tanto, se ha ido modificando por la acción de los estímulos hasta que se formó una corteza, la cual es capaz de seguir recibiendo nuevos estímulos, pero ya no se altera con ello ni dejan ellos su huella. Un postulado ulterior es el de la existencia de una protección antiestímulo de esta vesícula. La parte externa deja de tener la estructura de la materia viva, se vuelve inorgánica, y reduce los estímulos externos a pequeñas fracciones suyas. Esta capa da pierde su vida y como resultado preserva la de la sustancia interior. Subsiste de todas formas la capacidad de tomar muestras del exterior, función que se ejemplifica con los órganos sensoriales.

Una descripción hecha al pasar, donde se alude también de paso a la Estética Trascendental ubica tres peculiaridades de los «procesos anímicos inconscientes», a saber: no se ordenan temporalmente; el tiempo no altera nada en ellos; no puede aportárseles la representación del tiempo. La primera remite a que su orden no es el cronológico, la segunda a su indestructibilidad, la tercera parece menos clara según el contexto, creo, y tal vez sea un poco más filosófica.



Retomando luego el “estrato cortical sensitivo” de la vesícula viviente, el sistema P-Cc, menciona el hecho de que no sólo recibe estímulos externos, también de adentro recibe cantidades de excitación. Pero sucede que la protección antiestímulo es aplicable sólo a lo externo, no a lo que viene del interior, si bien las cualidades que de allí provienen son más adecuadas al funcionamiento del aparato. Pero esto determina: 1) la prevalencia de sensaciones de placer y displacer, que es un indicio por lo demás de la procedencia interna, por sobre los estímulos externos y 2) cierta orientación de la conducta respecto de las “excitaciones internas” displacenteras en virtud de la cual se las trata como si fuesen externas, i.e., se les intenta aplicar el medio defensivo antiestímulo. Este es, dice, el origen de la proyección. (tal vez el punto 1 pueda decirse simplemente que se refiere a la prevalencia de lo interno respeto de lo externo debido a la inexistencia de protección antiestímulo “hacia adentro”).

Son excitaciones tramáticas (define Freud) las que poseen fuerzas suficientes paraperforar la protección antiestímulo. El trauma produce, en un primer momento, la abolición del principio de placer, en el cual la tarea es dominar dicho estímulo, bajar los volúmenes de excitación.

El dolor corporal es con probabilidad la perforación de la protección antiestímulo en un punto circunscripto, de la cual afluirán por tanto excitaciones continuas, tal como lo hacen las internas. ¿Cuál es la reacción del aparato? Moviliza energía para generar en torno al punto de intrusión una «contrainvestidura» de nivel correspondiente, la cual empobrece los otros sistemas psíquicos, y que produce una parálisis o un rebajamiento psíquico. Se infiere, dice, de esto, que un sistema de elevada investidura es capaz de recibir nuevos aportes de energía y transmutarlos en energía «ligada». Cuanto más alta su energía ligada propia, más alta la fuerza ligadora del aparato. Con respecto a la energía «ligada» y «no ligada», se había hecho mención al diferencias el sistema Cc, el cual no tendría energía ligada sino sólo «libremente móvil», de modo que la huella es la ligadura misma (Esta diferencia, por otra parte, es atribuída a Breuer.). De este modo se explica Freud el aspecto parlizante del dolor, lo que no ocurriría si de explicaran las cantidades de la contrainvestidura como simples transferencias desde la fuerza externa que ocupó el punto de donde emerge el dolor.

Luego de estas descripciones teóricas, se concibe la neurosis traumática común como “el resultado de una vasta ruptura de la protección antiestímulo”[5]. Y vuelve al tema del «terror», respecto del cual dice que tiene por condición la “falta de apronte angustiado”, lo que significa la sobreinvestidura de los sistemas que reciben el estímulo. Al faltar esta, entonces, los sistemas no están en condiciones de ligar los volúmenes ingresados al aparato en el trauma, y de las consecuencias que tiene. Concluye entonces que el «apronte angustiado» es, por la investidura de los sistemas receptivos que conlleva “la última trinchera de la protección antiestímulo” y también que los sueños de las neurosis traumáticas, que no sirven al principio de placer, procuran “un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis traumática”[6]. Y menciona, además, junto a estos sueños, aquellos otros que se presentan en un psicoanálisis que devuelven el recuerdo de los traumas infantiles como relativas ambos a la compulsión de repetición, basado en este último caso “en el deseo (promovido por la sugestión) de convocar lo olvidado, lo reprimido” [7].



Notas
1 Freud, O.C., Tomo 17, Amorortu, p.24
2 Ibíd.
3 Cf. el Proyecto de psicología de Freud.
4 Freud, O.C., Tomo 17, Amorortu, p.25
5 Ibíd., p.31.
6 Ibíd.
7 Ibíd., p.32

sábado, 13 de octubre de 2012

El Más allá del principio del placer. Primera parte de cinco.


Freud publicó Más allá del principio del placer (en alemán Jenseits des Lustprinzips) en 1920, y tres años más tarde apareció una versión traducida al castellano. El ensayo se refiere con cierta extensión a los conceptos de «compulsión de repetición» y «pulsión de muerte» y por tanto ha sido considerado de gran importancia para el estudio de la teoría psicoanalítica.

I

En muchas formulaciones teóricas de Freud encontramos el concepto de principio de placer como regulador del aparato anímico, cuyo funcionamiento era concebido como una búsqueda de placer, el cual por su parte se definía como la tendencia a la disminución de la cantidad de energía en el interior del aparato, su descarga (mientras que el displacer su aumento). Freud remarca que este principio fue adoptado en la teoría en calidad de supuesto.

Es en cierta medida una novedad de este escrito el afirmar la incorrección de la concepción que atribuye imperio irrestricto al principio de placer sobre “los decursos anímicos”. Afirma Freud: “Si así fuera, la abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría ir acompañada de placer o llevar a él y la experiencia más universal refuta enérgicamente esta conclusión”[1]. Existe, sin duda, la tendencia la placer, pero que su imperio no es cabal.

Se citan en la primer parte algunas “circunstancias” que impiden que dicho principio prevalezca. La primera tiene “el carácter de una ley”, y es explicado como el hecho de que una aparato funcionando de ese modo no podría subsistir y por ende las pulsiones de autoconservación imponen lo que llamó principio de realidad. Éste no es que diste mucho del otro, pues básicamente lo define como el rodeo que implica para el aparato tomar en cuenta su medio externo, para llegar a los mismos fines. Sobre esto pude referirse el lector al Proyecto de psicología, obra póstuma donde se desarrolla esta serie de presupuestos, y también a otros escritos, ejemplo de los cuales son el capítulo VII de la Interpretación de los sueños y Sobre los dos principio del acaecer psíquico.

Otra “fuente de displacer” “surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato anímico”. Algunas pulsiones (o partes suyas) resultan inconciliables con otras y son por ello segregadas de la “unidad abarcadora del yo” mediante represión. En virtud de esto, las “pulsiones reprimidas”[2] quedan en estadios inferiores al desarrollo psíquico del resto, y si llegan a alcanzar en tales circunstancias alguna satisfacción, resultará para el yo una satisfacción displacentera. Al comentar este pasaje, cinco años más tarde, dice Freud que lo esencial es que placer y displacer están ligados al yo como sensaciones conscientes.

También se mencionan otra dos fuentes en este apartado; la “percepción del esfuerzo de pulsiones insatisfechas” y una percepción penosa en sí por provocar expectativas displacenteras por ser tomada por un peligro.

Todas estas fuentes ya habían sido mencionadas por el autor en escritos previos, y en este que comentamos ahora, dice que ellas no representan un reparo para el principio en cuestión.

II

Otro hecho que resulta inconciliable con el principio de placer es el de las «neurosis traumáticas». Para la fecha en que se escribió Más allá …, la primera guerra era un episodio cercano, y con ella se habían producido numerosos casos de este padecimiento. Y si bien existía la costumbre de atribuirla al deterioro orgánico en el aparato nervioso a causa de la violencia mecánica del 'trauma', esto no era ya sostenible para Freud, quien la compara con la histeria.

Parece, dice, que “el centro de gravedad de la causación” está en el factor sorpresa; y además un daño físico contrarrestra muchas veces la producción de neurosis (menciono aquí, entre paréntesis, lo que se dice más adelante respecto de este punto: la violencia mecánica, fuente de excitación sexual, liberaría un quantum de ésta y la herida física ligaría por sobreinvestidura cantidades excedentes en el órgano dolido, factores que incidirían en este efecto 'incomprensible' −en virtud de la noción que, véase acá, concibe a la angustia como la última trinchera de la defensa− , que es puesto en relación con el hecho de que afecciones como la melancolía o la dementia praecox pueden ser temporalmente canceladas por una enfermedad orgánica intercurrente). Viene entonces la clásica diferenciación esquemática entre terror, miedo y angustia, según la cual ésta última es una estado de expectativa y preparación de un peligro, aunque no se lo conozca, el miedo requiere de un objeto determinado y el terror involucra un factor sorpresa en virtud del cual no hay preparación ante el peligro. La angustia, dice, protege contra el terror y también la neurosis traumática.

En estas últimas, la vida onírica se caracteriza por retrotraer una y otra vez al enfermo a la situación en que sobrevino el trauma “de la cual despierta con renovado terror”. Esto debiera asombrar, dice, pues si el sueño es realización de deseos (según la célebre tesis de Die Traumdeutung), no es razonable que atormenten al soñante quien, por otra parte, en estado de vigilia no frecuenta esas reminiscencias.

Es en este segundo apartado donde figura el también célebre «fort-da» es decir, el comentario sobre un juego infantil que no era otra cosa que jugar a arrojar un carretel pronunciando “o-o-o” por parte de un niño, interpretado como «fort», se fue, juego que en ocasiones era acompañado de un «Da», acá está. Este juego involucraba juguetes, pero también jugaba, por ejemplo, con su propia imagen reflejada en un espejo a que desaparecía y aparecía. El juego en su conjunto recibió la interpretación de que se entramaba con la renuncia pulsional involucrada en el hecho de tener que admitir que su madre se vaya. Este juego, así como los sueños de las neurosis traumáticas, no parecen conciliables con el principio de placer. ¿Por qué se satisface con algo que en principio parece displacentero para el niño, es decir, que se vaya la madre? Podría ser entonces que con este juego lo que se satisfaga sea una venganza de su madre, como si le dijera, echándola “¡Andate! ¡No te necesito!”, sólo que dirigido ahora a sus objetos y a su propia imagen.


III

En 1920 habían pasado ya 25 años desde la invención del psicoanálisis, y en el transcurso de ese tiempo, las “metas inmediatas de la técnica” fueron cambiando. Al principio, “el psicoanálisis era sobre todo un arte de interpretación”[3]. El analista le decía, en el momento oportuno, lo inconsciente oculto para el enfermo. Como esto no solucionaba la cuestión terapéutica, entonces surgió el propósito de que el enfermo corrobore la construcción mediante su recuerdo. Con este cambio, el centro de gravedad pasó a ser las resistencias, y el arte entonces fue descubrirlas, mostrárselas y moverlo a que las resignase “por medio de la influencia humana”[4]. Pero con esto tampoco se llegaba a “hacer consciente lo inconsciente” (recordar lo reprimido). Puede ser que no recuerde para nada lo reprimido, pero en tal caso lo que hace es repetirlo.

Según es sabido, esta «compulsión de repetición» vuelve a traer, reactualiza, lo infantil, el complejo de Edipo, en la transferencia que se establece entre el analista y paciente. Freud utiliza la expresión neurosis de transferencia para aludir al hecho de haberse llegado hasta tal punto. Y aclara que la resistencia no corre por cuenta de lo inconsciente sino de los estratos superiores de la vida anímica, aquellos que desencadenaron la represión. Introduce entonces la célebre revisión tópica en virtud de la cual se contraponen el yo y lo reprimido en lugar de lo consciente y lo inconsciente.

La resistencia, que tiene asiento en el yo, sirve al principio de placer. Quiere evitar la “liberación de lo reprimido”, pues eso sería displacentero. La compulsión de repetición, en cambio, “devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas entonces”[5].

Se dan entonces algunos ejemplos. Un daño en el sentimiento de sí puede ser la secuela de la périda de amor y el fracaso propias del sepultamiento del complejo de Edipo. La queja “nada me sale bien” puede resultar del fracaso en la investigación sexual de la infancia. Al parecer, los neuróticos tienen gran habilidad en reanimar tales situaciones afectivas en la transferencia: “se afanan por interrumpir la cura incompleta, saben procurarse de nuevo la impresión del desaire, fuerzan al médico a dirigirles palabras duras y a conducirse fríamente hacia ellos, hallan los objetos apropiados para sus celos, sustituyen al hijo tan deseado del tiempo primordial por el designio o la promesa de un gran regalo”[6].

Este tipo de cosas se encuentra también fuera del análisis. Individuos en quienes toda relación humana termina siempre igual: benefactores cuyos protegidos terminan siéndoles ingratos, hombres que siempre terminan siendo traicionados por sus amigos, otros que buscan elevar a alguna persona para después destronarla y reemplazarla por otra, o que recorren en sus relaciones amorosas las mismas fases y el mismo final.

Son estas cosas las que llevan a Freud a decir que realmente existe una compulsión a la repetición más allá del principio de placer, la cual se enlaza íntimamente con una “satisfacción pulsional placentera directa”[7].

La compulsión de repetición, que se pretendía poner al servicio de la cura, es ganada por “el bando del yo” quien la usa en la resistencia.
_____________________
1 Freud, O.C., Tomo 17, AE., p. 9
2 Si bien suele decirse que lo que se reprime es el significante o las representaciones, de este modo se expresa Freud en este texto. Tal vez algunos prefieran leer algo así como “la representación ligada a la pulsión” cuando se conjuga el verbo reprimir.
3 Ibíd., p. 18.
4 Ibíd.
5 Ibíd., p. 20.
6 Ibíd., p. 21.
7 Ibíd., p. 22.

sábado, 6 de octubre de 2012

Tercera persona

Esta clasifición de tres personae es procedente, comenta Émile Benveniste en Estructura de las relaciones de persona en el verbo[1], de la gramática griega, y aún en su época era admitida como «natural e inscripta en el orden de las cosas». Denunia su carácter «sumario y no lingüístico» y fiel a su método busca averiguar «cómo se opone cada persona al conjunto de la demás y en qué principio se funda u oposición».

El punto de partida de un tal análisis son las definiciones de los gramátios árabes. Las personas son, según ellos: «el que habla» (al-mutakallimu), «al que se dirige uno» (al-muhatabu) y «el que está ausente» (al-ya'ibu). Así queda clara la disparidad entre la tercera persona y las restantes. Al hablar alguien, se dirige a un otro. Esto ocurre cada vez y es lo que constituye la primera y segunda persona. La tercera (persona) en cambio, es no-personal y no una persona apta para despersonalizarse; por más que la llamemos (3ª) persona. Se opone a «yo-tu». En una breve enumeración, se citan entonces casos en los que la tercera persona aparece marcada en oposición tanto a la primera y segunda. Por ejemplo, en turco la 3ª persona del singular tiene marca cero, contra 1ª sg. -m y la 2ª -n. En inglés, por otra parte, he aparece como marcada, no siéndolo I, you, we, they. El lector podrá remitirse al texto para ver los ejemplos citados.

Considera tambien la forma de cortesía «majestad» que eleva al interlocutor por encima, precisamente, de la condición de persona y de la relación de hombre a hombre. Usted, contracción de Vuestra Merced, que eleva al interlocutad de tal modo y se conjunga como la tercera persona tal vez sea un ejemplo.

Luego considera otra oposición, la de yo y no yo. O sea no la correlación de persona (así llama la precedente), sino de subjetividad: yo/tu, oposición que «no suprime la realidad humana del diálogo». Así, mientras que la tercera (singular) sería la no-persona, yo la persona subjetiva y tu la persona no-subjetiva.

Al pasar al plural no tiene lugar una correlación directa. Así, por ejemplo, muchas lenguas distinguen en nosotros inclusivo y otros exclusivo. «Nosotros» no es una multiplicación de «yo» sino una yunción de yo y no-yo. Así se dan dos formas: «yo + vosotros», «yo + ellos»[2]. Distingue por otra parte al «nosotros» de las lenguas indoeuropeas donde encuentra un yo «dilatado más allá de la persona estricta». Así explica, por ejemplo, el «nosotros» del autor u orador.
 

 _____________________________
Notas:

1. Cf. Benveniste, E., Problemas de lingüística general I., C. XIII, s.XXI.

2. Según wikipedia, en lengua aimara se ditinguen cuatro personas, donde: primera exclusiva ([+ hablante][- oyente]); primera inclusiva ([+ hablante][+ oyente]) corespondiente a la «cuarta persona»; segunda ([- hablante][+ oyente]) y tercera ([- hablante][- oyente]).


jueves, 4 de octubre de 2012

Delirio apirético de inanición

En la tesis del Dr. Debacker, De las alucinaciones y los pavores nocturnos en la infancia, figura el modo en que, ejemplarmente según Freud*, puede estarse cerca, aunque sin verla, de la comprensión de un caso.

Se trata de un joven de trece años cuyo dormir se volvió intranquilo siendo perturbado por ataques de angustia con alucinaciones. El diablo le había gritado, en un sueño, “¡Ahora te tenemos!” y luego sintió olor a azufre y alquitrán, y que el fuego abrasaba su piel. Al despertar, aterrorizado, tras recuperar la voz, gritaba “No, a mí no, no hice nada”, o bien “Por favor, nunca más lo haré”; o incluso “Albert nunca ha hecho eso”. Luego, dado que “el fuego sólo lo sorprendía estando desnudo”, evitó desvestirse. El paciente fue enviado al campo, donde se recuperó en el transcurso de un año y medio. Tras lo cual, afirmó “No osaba admitirlo, pero continuamente sentía picazones y sobre excitaciones en las partes; al fin eso me exasperaba tanto que varias veces pensé en arrojarme por la ventana del dormitorio”.

Las conclusiones, presentes en la tesis de Debacker, son:

“La influencia de la pubertad puede producir en un muchacho de salud delicada un estado de gran debilidad, que puede llegar a una anemia cerebral elevada; esta anemia cerebral produce una alteración del carácter, alucinaciones demonomaníacas y muy graves estados de angustia nocturna y quizá también diurna; la demonomanía y los autorreproches del muchacho se remontan a las influencias de la educación religiosa que lo afectaron de niño; todos esos síntomas desaparecieron tras una prolongada estadía en el campo, mediante ejercicio físico y la recuperación de las fuerzas subsiguiente a la culminación de la pubertad; quizá puede atribuirse a la herencia y a la antigua sífilis del padre una influencia predisponente sobre la génesis del estado cerebral de su hijo”.

Finalmente: “Hemos ubicado esta observación en el cuadro de los delirios apiréticos de inanición, porque vinculamos este estado particular con la isquemia cerebral”.

La interpretación ‘freudiana’ difiere de la propuesta, si bien seguramente está basada en la misma información.

Ahora bien, semejante diversidad interpretativa ¿responde a qué? ¿Qué permite decir que una acierta y otra no? Dejamos al lector, si es que hay, la tarea de deducir la interpretación cierta.
_______
*Cf. Freud, S. (1900) Die Traumdeutung, Cap. VII.

lunes, 1 de octubre de 2012

Dos veces el mismo tren

Muchas veces se ha planteado la pregunta de si es o no posible que alguien se bañe en el mismo río más de una vez. A este interrogante, no siempre se la ha dado la misma respuesta. Incluso podría preguntarse también si es posible darle dos veces la misma respuesta.

Ahora bien, para formularla suele resumirse la cuestión diciendo ... dos veces en el mismo río, aunque esto parece una forma de decir otra cosa, a saber, dos veces "río" en sendos momentos. Pero ¿decimos dos veces lo mismo con la palabra río? Pareciera que si presuponemos esto la respuesta que demos al interrogante no podrá ser satisfactoria.

Del mismo modo, podría preguntarse (y de hecho se lo hizo*) si al proferir un orador "Señores, señores" con apreciables diferencias fónicas en distintos momentos está diciendo la misma palabra, más aún siendo que pueden asimismo diferenciarse desde el punto de vista semántico.

Del mismo modo: ¿se usa dos veces la misma palabra cuando se dice "adoptar una moda" o "adoptar un niño"?

La identidad en cuestión es para Saussure la contrapartida de las diferencias en los elementos de la lengua, y compara la cuestión con la del río de Heráclito, pero ejemplificando con un tren (digamos el de las 16) y con una calle demolida y vuelta a construir. La entidad en cuestión, concluye, no es la puramente material. Sin embargo, no se trata tampoco de algo abstracto, separable de esa materia. El tren de las 16 es el que no sale a ninguna otra hora (a menos, claro que el mismo se retrase); la calle mencionada es la que se distingue, igualmente que antes, de todas las demás, aunque se llame como muchas de ellas 25 de mayo.

Pero ¿es acaso la palabra sólo lo que no es? No me refiero a si es en sí o para sí, sino a si no es más que diferencia. Según Jakobson, si bien Saussure está enteramente en lo cierto al describir de ese modo al fonema, no es válido geralizar hasta el punto de decir que las palabras alemanas Nacht y Nächte no son nada más que oposición. Según Ducrot, en tanto, una forma más defendible del postulado saussuriano estaría en decir que la palabra (en realidad la unidad lingúistica) es no todo lo que no son las demás, sino únicamente eso.

_______
* Cf. el Curso de Saussure.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Consonantes y vocales

-->
Según Trubetzkoy lo esencial de las consonantes es un "movimiento de la cerrazón a la abertura, con un máximo articulatorio entre los dos puntos" mientras que para la vocal "un movimiento desde la abertura con un mínimo articulatorio en su coyuntura".

En cuanto a lo articulatorio, lo característico de la consonante es establecer un obstáculo y vencerlo, mientras que en las vocales falta este obstáculo.

Considerado en el aspecto acústico, el sonido de la vocal se origina en las cuerdas vocales y tiene poco amortiguamiento. La onda de las consonantes, en cambio, no se origina al comienzo del resonador bucal (cuerdas vocales) y su amplitud y distribución se ven influídas por antirresonancias.

Respecto de lo perceptivo la vocal presenta un cromatismo nítido y la consonante no.

Desde un punto de vista funcional se distinguen por su comportamiento respecto de la sílaba: los fonemas que se encuentran en el núcleo son vocales y los marginales las consonantes. Semivocales es el nombre que se le dá a los que pueden desempeñas ambas funciones.


Así pues, tenemos dos rasgos, le vocálico y el consonántico. Los fonemas pueden tener los de un tipo, los de otro, de ninguno o de ambos (es extraño que una oposición dicotómica de presencia / ausencia engendre 4 en lugar de 2 posibilidades, no?). Así, además de vocales y consonantes tenemos líquidas (donde se presentan propiedades vocálicas y consonánticas); y glotales sin propiedad de ninguno de los dos (como la h aspirada).

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Vocales

Las vocales se distinguen por:

i: la localización (de la articulación) o el timbre (color).
ii: el grado de abertura o la densidad o difusión (acústica) .
iii: la nasalidad que da una resonancia suplementaria

Los 'sistemas vocálicos' pueden ser lineales si es que se reconocen diferentes grados de abertura o densidad (ii), pero no la localización o color (i); cuadrados en cuyo caso se distingue tanto (i) como (ii); triangulares, que con aquellos en los que se distingue (i) excepto en el caso del fonema más abierto.

El rasgo de localizacion (i) puede distinguir de dos maneras:

a) Entre vocales posteriores, donde la lengua se vuelve hacia el velo del paladar alargando la cavidad bucal (estas son graves: el formante es relativamente bajo) y anteriores en las que la lengua va hacia el paladar, acortando o dividiendo la cavidad (estas son agudas: el formante es relativamente alto).

b) Entre labializadas que implican el redondeamiento de los labios (y el descenso del segundo formante, de ahí que les se diga 'bemolizadas') y no labializadas caracterizadas por la retracción de los labios y la subida del segundo formante (por eso sostenidas).


En latín, ruso y japonés tiene lugar un sistema triangular:

u   i
 o e
  a

que distingue tres grados de abertura y en dos de ellos la posición de los labios, mientras que en el máximo de abertura no.

El número de grados presentes en el sistema del árabe clásico, en cambio, es de dos, siendo también triangular:

u i
 a

En el caso del griego medio se distinguen tres grados de abertura cuyo nivel mínimo distingue tres clases a su vez de timbre, dos en el medio y no distingue en el máximo de abertura:

u ü i
 o e
  a

lunes, 24 de septiembre de 2012

Complejo de castración y objeto del fantasma

En un comentario sobre el estudio que Freud dedica a die unheimlichkeit, Jacques Lacan identifica el Heim, que Freud muestra −tomando apoyo en los diccionarios− como equivalente al Unheim, con ese punto lo que en en su terminología denomina menos φ. Más allá de la imagen especular con la que se identifica el hombre, está ese punto situado en el Otro que denomina su casa. Este punto, agrega, no es simplemente el deseo como deseo del Otro o en el Otro sino también que el deseo entra en el sitio donde es esperado bajo la forma del objeto que es el sujeto exiliado de su subjetividad.

Plantea entonces “¿qué es el fantasma sino ein Wunsch, un anhelo, bastante ingenuo?”. Y asevera “Para expresarlo humorísticamente, diría que la fórmula del fantasma $ deseo de a puede traducirse desde esta perspectiva: que el Otro se desvanezca, se quede pasmado, ante ese objeto que soy, con la salvedad de que yo me veo”. Con lo cual se ve conducido a otro, i.e. “¿para qué puede servirle al neurótico el fantasma perverso?”¹.

Comencemos recordando que en el fantasma perverso, el a se encuentra donde el sujeto no puede verlo y el sujeto tachado en su lugar. Pero esto se pone de manifiesta debido al neurótico, y el uso que hace de él. Y su nota característica, citada en primer término, es que en el caso suyo, en fantasma se ubica todo en el lugar del Otro. Entonces ¿a qué fines le sirve a él? Pues bien, a los de defenderse de la angustia. Pero ese objeto a −precisa− que sirve para recubrir la angustia es también “el cebo con el qu retienen al Otro”. Y califica de 'uso falaz' del objeto al que recibe en el fantasma neurótico. Trasladas al Otro la función del a signifia, en este caso que tras él está la realidad de la demanda. Y la conocida frase “El verdadero objeto que busca el neurótico es una demanda que quiere que se le demnde. Quiere que le supliquen. Lo único que no quiere pagares el precio”².

De esto se ha deducido el “fantasma de la oblatividad” (deducción falaz también). Razonando: como no quiere dar nada −lo cual se relaciona con que su dificultad es del orden del recibir− si quisiera hacerlo todo andaría bien. A lo que responde que si algo que se debería enseñar al neurótico a dar es su angustia.

A partir de aquí retoma la cuestión de la angustia de la castración respecto de la cual había dicho que no es ante ella que recula el neurótico sino que la convierte en aquello que le falta al Otro.

El neurótico no da su angustia, pero comienza por dar sus síntomas, de los que habla en su análisis. Como no se le dá lo que pide (pide que le pidan, como dijimos), entonces empieza a pedir él “empieza a modular sus propias demandas”. Las cuales, agrega, ocupan entones ese lugar del Heim. Y llama a eso la primera entrada en el análisis. Y en el fondo de esta dialéctica tras todas las formas de demanda surge la relación de castración. “La castración se encuentra inscrita como relación en el límite de lcírculo regresivo de la demanda. Aparece ahí cuando, y en la medida en que, el registro de la demanda está agotado”³.

__________________
1. Lacan, Jacques, Seminario X, diciembre de 1962.
2. Ibíd.
3. Ibíd.


lunes, 17 de septiembre de 2012

Las letras y el sentido

A diferencia de las palabras, a las que puede adscribirse cierto significado en cierta medida inherente (si no no serían posibles los diccionarios), las letras¹ carecen de tal. Sin embargo, no por ello dejan de significar. Su significado está en una mayor dependencia del contexto. Así, una letra puede significar todo un episodio lejanamente olvidado. Veamos un ejemplo.

En un caso, de una paciente llamada por Karen Horney X., se encontró esta última con que aquélla fue testigo de un coitus parental "en un tiempo en que su sentido de realidad estaba lo suficientemente despertado como para que le resulte imposible ya icorporar lo visto en una fantasía de una experiencia sufrida por ella misma"². Esta misma paciente se había visto desilusionada por su padre, quien le había cantado siendo niña una canción de amor, "¡pero era mentira!", se quejó después.

Su madre, siendo ella un niña, había tenido que comer sal debido a una afección pulmonar que X atribuyó, en su inconsciente, al comercio sexual mantenido por ella con su padre. Luego, siguiendo la forma lógica del razonamiento histérico, sacó las mismas conclusiones en reclamo de idénticas premisas: estuvo bajo la compulsión de comer cantidades de sal.

Escuchando a su analista, su oído reemplaza "nach der Enttäuschung" por "Nacht der Enttäuschung", es decir "después de la decepción" por "la noche de la decepción", lo que puso en la pista del acaecimiento de la escena de que fue testigo. Luego del lapsus, una asociación que evoca la ópera Tristán e Isolda incidió en el mismo sentido.

______
1. Me refiero en realidad a los fonemas, pero omito la aclaración en el texto.
2. Cf. Horney, Karen (1922), On the Genesis the Castration Complex in Women.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Estadío del espejo y robótica

Es común creer que la computación y la robótica pertenecen al campo de lo simbólico. Una maquina puede manejar una estructura significante, pero parece dificil su cautiverio ante su imagen, o, como las mascotas, un reconocimiento de un amo que no se limite a ejecutar órdenes sino hacer cosa como plantear demandsa, etc.

Sucede que en Yale, lugar donde Freud dió sus conferencias americanas, se intenta que los robots tengan un yo, y se reconozcan ante el espejo.

Según un artículo periodístico, Justin Hart "trata de mejorar la robótica mediante la incorporación del «yo» en los procesos de razonamiento robótico".


Para lo cual, se afirma, le "enseña" a reconocerse en el espejo.

Link para leer el artículo.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Identidad de pensamiento e identidad de percepción

En la sección E del sexto capítulo de La interpretación de los sueños de Sigmund Freud figura la definición siguiente:

Todo el pensamiento no es sino un rodeo desde el recuerdo de la satisfacción, tomado como representación final, hasta la carga idéntica del mismo recuerdo, que ha de ser alcanzado por el camino que pasa por los caminos que enlazan a las representaciones sin dejarse inducir a error por las intensidades de las mismas”[1].

En ella se resume, de modo sintético, esa diferencia entre la identidad de pensamiento y la de percepción, que remiten a los consabidos dos 'procesos' del aparato anímico, primario y secundario.

El punto de partida está constituido por el supuesto del principio del placer, junto a la noción fundamental de un Not des Lebens (las condiciones ineludibles o el apremio de la vida, según el traductor) que cobra la forma de una exigencia interior, sobre cuya base se postula lo que se conoce como 'vivencia de satisfacción', Befriedigungserlebnisses.

Interviene luego una mecánica simple: el aparato anímico es concebible al modo del esquema del aparato reflejo, pues obedecía al sólo principio del placer, descargarse de cualquier monto de energía. Las condiciones ineludibles mencionadas lo vuelven ineficaz para servir a dicho principio: el esquema reflejo resulta adecuado cuando el estímulo es momentáneo, pero no si se desarrolla en forma continua, manteniéndose la situación inmutable, siendo ella de naturaleza displacentera.

El cambio sólo es factible de ser introducido por la mencionada vivencia de satisfacción, a saber, aquella en la que el estímulo interno queda cancelado.

Pero todo ello resulta en una determinada moción que es concebida como consecuencia a partir de estos principios: el Wunscherfüllung o cumplimiento de deseo.

Uno de los conceptos biológicos que apoyan el esquema presente es el de faciltación, tan presente en la psicología en la época de elaboración de los conceptos presentados (recuérdese que Pavlov lo toma como eje de su concepción de los estímulos condicionados). Y resulta claro que conceptos de esta naturaleza tienen la función precisamente de introducir en la ciencia aquella de las causas aristotélicas que da a las cosas su final.

Se produce, como resultado de la vivencia de satisfacción, entonces, una huella mnémica de la percepción a que la misma dió lugar; huella que se habrá de enlazar a otra imagen mnémica, a saber, a la del proceso previo a que había puesto fin, el desarrollo de displacer. Cada desarrollo posterior de esta naturaleza estará marcado por tal enlace: se procurará investir de nuevo la imagen mnémica propia de la vivencia satisfaciente, o en otros términos, el aparato buscará la identidad de percepción, la repetición idéntica de la percepción satisfactoria[2].

Este mecanismo está destinado −obviamente− al fracaso. Y ello por el simple motivo de que la identidad perceptiva es evocada por el “corto camino” del recuerdo. Como si recordar una vivencia satisfactoria procurara el mismo placer que ella misma. Si fuera así, deduce Freud, no habría pensamiento.

La completa inadecuación de un aparato como este no puede resultar en otra cosa que en una amarga experiencia. El recuerdo llamado para cancelar ese desarrollo de displacer interno no consigue hacerlo pues a diferencia de la experiencia postulada, en la cual eso se consigue, no produce las alteraciones internas que darían lugar a ello. Es necesario, pues, un rodeo. Y este rodeo consiste en investir la imagen mnémica deseada, pero desde el exterior, y ya no meramente desde su recuerdo. Es lo que se conoce en la bibliografía psicoanalítica posterior a Freud de los primeros tiempos como el “examen de realidad”.

Al ser retomado, en el escrito, este tema, se hace referencia a “la contraparte” de la vivencia mencionada, la de terror frente a algo exterior. En ella, que implica el supuesto de algún estímulo displacentero han de producirse desordenadas exteriorizaciones motoras (presumiblemente de acuerdo al movimiento de descarga de excitación), y una de ellas, felizmente, apartará al aparato de la fuente de excitación penosa. Cada vez que en lo sucesivo el displacer vuelva a producirse, el aparato repetirá enseguida ese movimiento, hasta que desaparezca. Divergen, pues, ambas “vivencias” en el modo en que la huella mnémica que allí tuvo lugar será recordada: en el segundo caso ya no se buscará “reinvestirla” en el recuerdo sino a abandonarla toda vez que se la evoque. Es este intento de huída el primer modelo de la represión psíquica.

Nuevamente, dice Freud que no podría haber pensamiento si, librado al principio del placer, al aparato no le resultara posible incluir su trama algo por el hecho de evocar lo desagradable del recuerdo. Debe, concluye, haber un modo en que el segundo sistema se las arregle para investir el recuerdo sin que se desprenda el displacer. Y éste es cierta inhibición al drenaje. Destaca entonces que lo que lo que se sustrae a tal inhibición no podrá entrar en la trama del pensamiento del segundo sistema, pero que “un comienzo” de desarrollo de displacer puede servir a los fines de indicarle qué tipo de recuerdo es.

Ahora se comprende la cita inicial. Es el pensamiento regido por la búsqueda de la identidad de la vivencia supuesta en primer término, pero no ya perceptiva sino de pensamiento. No se debe inducir a error por las intensidades de las representaciones. No es que el extravío no se produzca, pero lo que se postula es que corre por cuenta del proceso primario, no del secundario. Es aquél el que no distingue entre lo alucinatorio y lo real. Mientras que uno resulta de la vivencia satisfactoria en sí, en función del principio de placer, el otro −vivencia displaciente mediante− transcurre entre la desemejanza entre la investidura-deseo (o sea de la huella de tal vivencia) y la investidura-percepción (la que es actual), y su límite es la identidad de ambas.
_____________
[1] El subrayado no es de Freud, pero encontramos allí nuevamente las Zielvorstellung, de las que ya hemos hablado. La traducción de Etcheverry (la presente es la de Lopez Ballesteros) es representación-meta.
[2] Tal vez se prefiera lacita textual: “repetir aquella percepción que está enlazada co nla satisfacción de necesidad”.

martes, 14 de agosto de 2012

La asociación libre


Sigmund Freud dió el nombre de asociación libre a una regla que en un psicoanálisis el analista debe hacer que sea aplicada por parte del paciente (o, como se suele preferir llamarlo, el analizante); regla que se conoce también, dentro del psicoanálisis, como fundamental. La misma prescribe para el sujeto que emprende el tratamiento, y desde su inicio, el principio de decir todos los pensamientos que afloran mientas habla.

Según Otto Fenichel, que se refiere a la regla en su Teoría psicoanalítica de las neurosis, su objetivo es la eliminación, para el hablante, de los “fines conceptuales conscientes del yo” (probablemente fines conceptuales sea una traducción del término Zielvorstellungen usado por Freud). De este modo, no es posible seleccionar entre las ocurrencias que afloren, tal como es habitual en las conversaciones ordinarias. Así, la palabra libre que forma parte de su nombre no se refiere a una libertad en cuanto a lo que se dice, sino más bien de librarse de la actividad que preside la reflexión, a la que Freud en La interpretación de los sueños adscribe una “expresión tensa” y un “entrecejo arrugado” al contraponerle su “falta de mímica”. Al contrario, lo que prescribe es que no haya libertad para omitir los pensamientos que, derogada esa actividad que conlleva la reflexión, emergen.


Es por ello que Jacques Lacan, en su escrito Mas allá del “principio de realidad” se refiere a ella formulándola como la ley de no omisión. Pero agrega que ella es “incompleta sin una segunda, esto es, la ley de no sistematización”. Esta ley “concede, al plantear la incoherencia como condición de la experiencia, una presunción de significación a todo un desecho de la vida mental”; categoría en la que incluye a los relatos de sueños, los presentimientos, los ensueños diurnos, los delirios, los lapsus del lenguaje y las acciones fallidas. También podría decirse que dicha no sistematización es equivalente a la resignación de todo fin conceptual del yo, en el sentido de que cada una es condición de la otra.

El fundamento de un método (si se admite que así sea llamado) tal se basa, según Freud, en dos enunciados. A saber: que con el abandono de los fines conceptuales conscientes (bewußten Zielvorstellungen ) el decurso asociativo pasa a estar regido entonces por otras representaciones −no conscientes, claro−; y que ciertas asociaciones, que llama superficiales (oberflächliche), que se presentan entonces son el sustituto por desplazamiento de otras que se encuentran sofocadas (unterdrückte). Menciona entonces dos vorstellungen que hacen de Ziel y que no pueden ser depuestas. Una de ellas es lo relativo al tratamiento que tiene lugar junto a la aplicación de la regla (lo que permite inferir el nexo con las ocurrencias y el estado patológico) y la otra es la de su persona.

En Zur Einleitung der Behandlung Freud compara la asociación libre al comportamiento de un viajero que mirando por la ventana del tren describe a su vecino, ubicado en el pasillo, todo el paisaje que observa tal y como puede percibirlo, y advierte que sucede según los casos que la regla se aplique como si el paciente mismo se la hubiera impuesto, o que aseguran, tras escucharla, que no hay nada que se les ocurra, incluso también quienes preparan su relato. En cuanto a los que piden que les sea eximida la observación de la misma en relación a cuestiones puntuales como secretos de terceros o que se comprometió a guardar (secretos de estado por ejemplo de parte de un alto funcionario), Freud evoca otra comparación. Si tuviera lugar una razia en una ciudad, pero se exceptuaran determinados lugares (e.g. los templos) buscarían refugio en él quienes pudieran ser en otro caso aprehendidos. Del mismo modo, las vorstellungen fuera de circulación por la eximición interpuesta podrían dificultar la acción analítica. De todas formas, conviene notar que la manera de presentar su inexcusabilidad es secundaria respecto al que sea necesario que cumpla una función en el análisis, incluso cuando se lo haga en modo imperfecto (dada, por caso, la posibilidad no factilble de decirlo todo).